A las 3:10 de la tarde del día 4 de marzo de 1960, explotó la popa del buque francés La Coubre que estaba atracado en el muelle de la Pan American Docks del puerto de La Habana. Inmediata y valerosamente los obreros portuarios, militares, vecinos y todos los que se encontraban cerca acudieron a auxiliar a los sobrevivientes. Tan pronto supieron la novedad Fidel, Raúl, el Che, Dorticós y otros dirigentes de la Revolución se personaron en el lugar organizando las operaciones de salvamento de los bomberos, soldados y policías que iban llegando de todas las unidades de la Habana.
Cuando la noticia llegó a los diarios habaneros los reporteros y fotógrafos partieron rápidamente hacia los muelles y averiguaron que La Coubre había llegado a La Habana a las 8:12 de la mañana, de ese mismo día, procedente del puerto de Amberes, Bélgica. En las bodegas de popa cargaba 31 toneladas de granadas de fusil y 44 de municiones, todo dentro de 1 492 cajas llenadas en las propias fábricas belgas y con extrema seguridad, Venían con destino a las Fuerzas Armadas Revolucionarias para la defensa de la Patria.
La nave desplazaba 4,309 toneladas, traía una tripulación de 35 hombres al mando del capitán George Dalmas, y viajaban 2 pasajeros: un religioso francés de la Orden de los Dominicos, el reverendo Raoul Desobry y el fotógrafo free lance (independiente) norteamericano Donald Lee Chapman.
Los periodistas supieron también que a las 11 de la mañana, 27 estibadores supervisados por 2 oficiales del Ejército Rebelde, habían comenzado la descarga con todas las normas de seguridad, mientras que 30 soldados de la Sección de tanques y del regimiento de Artillería custodiaban la zona. La estiba avanzó rápidamente y todas las cajas de balas que estaban en el fondo de la bodega de popa se habían descargado en el muelle. Un grupo de los portuarios inició entonces la estiba de las cajas de granadas de fusil almacenadas en el compartimento superior de la bodega número 6 y cuando iban por la mitad, al levantar una de ellas, se produjo la espantosa explosión que destrozó la popa y a los que allí se encontraban, lanzando al buque contra el muelle vecino. Eran las 3:10 de la tarde,
Cadáveres, cuerpos mutilados, pedazos de maquinarias, planchas y diversos objetos volaron y fueron a parar a cientos de metros de distancia. Las cajas de municiones y de granadas que estaban atrapadas en la bodega vomitaban balas y metralla a medida que eran alcanzadas por las llamas. Comenzaba una lucha titánica de hombres contra el fuego y la muerte.
Cuando había pasado media hora de la explosión, los bomberos, soldados rebeldes y policías continuaban haciendo supremos esfuerzos para sofocar aquel infierno, salvar lo que podían de la carga y sacar a los cadáveres o los pedazos de cuerpos que encontraban, y los médicos y enfermeras atendían a los heridos y mutilados para salvarles la vida. Entonces, sobrevino una segunda explosión, inesperada, terrible, mortal y más destructiva que la primera, lo que elevó el número de víctimas.
Segundos antes de esta nueva explosión, el autor de estas líneas, reportero grafico entonces del diario Información, vio como su colega José Agraz iba hacía el vapor cuando la onda expansiva lo lanzó unos metros hacia atrás. Cayó al pavimento, y pensamos lo peor, pero no, se levantó con toda calma. Reanimado ya de la caída y del susto, revisó sus cámaras y continuó retratando. Muchas de las más dramáticas imágenes de aquel trágico momento fueron hechas por este gran maestro de la fotografía.
También vimos ahí o en otros lugares riesgosos a Mario Collado, Charles Seiglie, José Amador, Venancio Díaz, Roberto Collado, Aldo Díaz, Floro (Florencio Portuondo Valdés), Cesar Fonseca, Luis Sánchez, Miguel La Villa, Omar Mendoza, Ozón, Arístides Reyes, Delio Valdés y los camarógrafos Guayo y Marcelo Moiño. Había otros colegas más que por el humo y la confusión de aquellas catastróficas circunstancias no me fue posible reconocer. Pero si recuerdo con especial admiración y respeto la valentía de Jorge Ricardo Masetti, director de Prensa Latina, a quien vimos con cámara en ristre como un fotorreportero más, dentro del barco en llamas tomando fotografías para la agencia.
El fuego en el barco y los almacenes, los disparos que salían sin rumbo de las proyectiles alcanzadas por las llamas, mantuvo tensa la labor de los bomberos y voluntarios que valientemente desafiaban la muerte. Al caer la tarde lograron dominar la situación y comenzó la triste labor de recoger a los muertos, unos en el mar, otros confundidos entre los hierros y cubiertos de casquillos. Los restos de las víctimas eran colocados en los féretros y llevados al edificio de la Central de Trabajadores donde quedaron expuestos. Durante toda la noche desfilaron miles de personas para rendirles tributo. Al día siguiente continuaban los trabajos de rescate de cuerpos, la identificación de las víctimas y la organización del entierro. Aquel macabro hecho ocasiono 101 muertos y desaparecidos y más de 200 heridos, muchos de ellos atrozmente mutilados.
Por la tarde salió el entierro funerario presidido por Fidel, el Che, Dorticos y el Consejo de Ministros en pleno. Después del enterramiento Fidel subió a la improvisada tribuna hecha sobre una rastra atravesada en la avenida 23. Desde allí se dominaba toda la amplia vía llena de milicianos, obreros, estudiantes, en fin de pueblo, que desde la calle 12 se perdían en el infinito. Todos atentos a las palabras que iba a pronunciar Fidel.
El Jefe de la Revolución hizo un amplio análisis de las causas que habían provocado la explosión del barco La Coubre. Estaban fundamentadas en las investigaciones y pruebas que se habían hecho. Explicó que los proyectiles venían muy bien protegidos contra cualquier accidente ocasional y para probar esto había ordenado que dos de las cajas de granadas de fusil, de las que se habían salvado de la explosión, fueran lanzadas desde un avión a alturas de 400 y 600 pies. Las cajas se rompieron pero ninguna de las granadas explotó y mostró al pueblo dos de ellas. No podía hacer explotado por un accidente. Si no era un accidente, dijo, entonces era un sabotaje y ese sabotaje, también demostró, no podía haberse hecho desde adentro, sino que estaba muy relacionado con las presiones que trataba de ejercer el Gobierno norteamericano sobre los fabricantes de armas de otros países para que no le vendieran armas a Cuba.
Este envió de armas a Cuba no pudo ser impedido y también se demostró que con las municiones vino también una trampa detonadora que las hizo explotar cuando se descargaban en el puerto habanero. Este sabotaje, junto a las agresiones económicas y las aparatosas maniobras militares cercanas a la isla, continuó Fidel, tenían el propósito de atemorizar a nuestro pacifico y valiente pueblo que aspiraba a gobernar sus propios destinos y a superar el atraso y la miseria de años.
Antes de concluir expresó: “… no sólo sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer a cualquier agresión y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria, la de libertad o muerte; solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía, libertad quiere decir patria, y la disyuntiva nuestra seria: patria o muerte Frase que se ha convertido en espada y escudo de la revolución cubana.
El sabotaje de La Coubre fue el mayor acto terrorista y barbárico perpetrado contra Cuba y su revolución hasta entonces. Le seguirían la invasión de Playa Girón, la amenaza nuclear de octubre de 1962, la voladura del avión de Cubana en Barbados y una cadena interminable de atentados, secuestros de pescadores, quemas de campos de cañas, infiltraciones y violencias que tienen como telón de fondo la ambición y la prepotencia imperial.
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