Por Hugo Aboites
La actual reforma
, un cambio legal-laboral que se mueve a tumbos y errática entre estridencias y cotradicciones, tiene apenas el año de nacida, no se fincó en un diagnóstico que permitiera conocer a profundidad las dinámicas que en el pasado provocaron el fracaso de la evaluación. Como consecuencia casi inevitablemente repite los errores del pasado. El Ceneval, se planteó como independiente (y por eso privado) pero con una asamblea dominada por la Secretaría de Educación Pública (SEP) que finalmente lo convirtió en su accesorio. El INEE constitucionalmente se presenta como autónomo, pero en la legalidad secundaria, más allá de lineamientos
y directrices
, no queda claro si puede siquiera evaluar y queda como una especie de opaco órgano asesor de la SEP. El Ceneval partió del principio de que la evaluación debía ser nacional y, además, centralizada: un solo organismo y, yendo aún más lejos, un solo examen único nacional para cada nivel educativo. El INEE nace también como un organismo nacional, muy centralizado y, a pesar del discurso declarativo y legal, todavía es hora que no queda claro cómo exactamente va a contender con la diversidad cultural y socioeconómica de casi 2 millones de maestros y decenas de millones de estudiantes. El Ceneval estaba profunda y materialmente enraizado en la concepción de que la evaluación era algo de arriba abajo, autoritario, decidido el procedimiento y sus instrumentos desde el centro por una cúpula de expertos, aunque con el apoyo de consejos técnicos donde participaban ciudadanos y empresarios. En su constitución, el INEE tiene exactamente el mismo planteamiento operativo de un grupo de expertos del que están radicalmente ausentes los maestros, aunque incluye, como el Ceneval, la presencia de representantes de la sociedad civil en un consejo de participación cuyas determinaciones, se aclara, no serán vinculantes. Con el Ceneval, se creó una corriente de cambio degradante de la educación por ir en sentido opuesto al lógico, los exámenes del Ceneval, sus parámetros temáticos, sus prioridades y lineamientos, se convirtieron en el horizonte de la educación y, expresamente, se planteaba la idea de que planes de estudio, programas de materias y el horizonte mismo del saber de los estudiantes y de las instituciones se adecuaran a las pruebas y no al revés, como evidentemente debería ocurrir. Igual pasa ahora con el INEE, no se menciona ninguna iniciativa de consultas locales, reuniones en las regiones del país –con maestros, autoridades, comunidades, expertos locales– que permita discutir en foros abiertos cuáles son los conocimientos más relevantes, las prácticas pedagógicas más importantes e indispensables de los maestros en cada rumbo del país. Se trabaja más bien, a lo que sabemos, en diseñar encerrados en un edificio cuáles serán los procedimientos (portafolios, videograbaciones, encuestas de opinión sobre los maestros a padres de familia y estudiantes), para luego aparecer como deus ex machina (una deidad que baja al escenario teatral, colgado de una grúa, para salvar oportunamente una situación comprometida) y dar a conocer a la nación lo que se ha decidido.
El Ceneval podría tener la excusa de que no pudo asimilar estas realidades porque nació al mismo tiempo que el poderoso surgimiento de la rebelión armada y cultural que, en 1994 con las comunidades zapatistas a la cabeza, reivindicó con gran fuerza y en todo el país la lucha de los diferentes, de las culturas y las regiones distintas al DF.
El INEE, 20 años después y otra vez en el centro del país, no tiene siquiera esa excusa (y prácticamente ninguna otra). Y su miopía centralista –enmarcada además en una profundamente equivocada reforma en la educación– condena al país a otras dos décadas de fracaso.
Gracias a Luis Villoro por todo lo que en la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco (UAM-X) dio a la formación de profesionistas en un país plural.
*Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco
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