Estados Unidos e Israel son la mancuerna del terrorismo de estado. Existe un sinergismo fatal entre ambos países que los obliga a comportarse como delincuentes internacionales. Estados Unidos se sirve de Israel como su gendarme en el Medio Oriente, fiel aliado (no tan fiel como veremos) imprescindible para la realización de las ambiciones geopolíticas imperiales. Israel, a su vez, necesita del poder económico y militar estadounidense para sobrevivir en el territorio usurpado a los palestinos, y un poderoso “lobby” en el Congreso de Estados Unidos asegura los intereses sionistas.
Washington no sólo mantiene una actitud complaciente con Tel Aviv y con frecuencia lo apoya en su política genocida contra los palestinos y, en general, en todas sus acciones en el Medio Oriente, sino que permite que las maniobras de su aliado lo involucren en aventuras guerreristas. Esto ha sucedido en varias ocasiones a través de la historia de sus relaciones bilaterales (“Lavon affair”*, incidente del “USS Liberty”, transmisión radial falsa que indujo a Reagan al ataque a Libia**, alegada participación del Mossad en el 11 de septiembre, etc.). Seguramente, la política imperial de Estados Unidos sería más prudente si no tuviese como catalizador a Israel y éste sería mucho menos audaz si no tuviese el apoyo incondicional de la superpotencia.
En ocasiones, el maridaje entre ambos gobiernos llega a extremos inauditos. Recordemos el incidente del “USS Liberty”. Este barco de espionaje electrónico fue atacado intensa y repetidamente por aviones y lanchas torpederas israelíes el 8 de junio de 1967, durante la Guerra de los Seis Días, en aguas internacionales, a 29.3 millas de la ciudad egipcia de Arish. En el ataque murieron 34 estadounidenses y otros 173 resultaron heridos.
Por los medios de combate que utilizó Israel y la duración y violencia del ataque, era evidente que el propósito –que no pudieron lograr- era hundir el barco sin dejar sobrevivientes y culpar de la agresión al gobierno egipcio, con el fin de obligar a Estados Unidos a participar directamente en la guerra.
De acuerdo a la mitología de ambos países, sus pueblos fueron escogidos por Dios para dominar a los demás. Los israelitas por el Dios de los Ejércitos del Antiguo Testamento, y los estadounidenses por el Destino Manifiesto dictado por la Providencia. Si esto fuese cierto, se trataría de dioses vengativos y crueles, discriminadores y arrogantes, que sólo se satisfacen con sacrificios masivos de seres humanos. Serían los dioses del genocidio y de la tortura, con sus templos en Guantánamo y Abu Grahib, y en Gaza, Sabra y Shatila, con similitudes con la insurrección en el gueto de Varsovia que espantan, desempeñando ahora los hebreos el papel de los nazis de antaño.
Más probable sería que estuviésemos ante un caso de posesión diabólica, aunque no sabríamos si el diablo es Israel y el poseso Estados Unidos, o al revés. Tal vez sea un caso de mutua posesión satánica.
En ocasiones, el empecinamiento de la mancuerna por llevar adelante sus agendas expansionistas y agresivas los enfrenta al resto de los países en la arena internacional. Los historiadores del futuro no podrán entender el ridículo aislamiento de Estados Unidos e Israel, durante tantos años, en las votaciones de Naciones Unidas para condenar el bloqueo impuesto a Cuba, ni la complicidad permanente de ambos países en las matanzas de palestinos.
(*) La “Operación Susannah”, acción encubierta conocida posteriormente como “Levon affair” porque su fracaso obligó a renunciar al ministro de Defensa israelí Pinhas Lavon, tuvo lugar en 1954. La inteligencia militar israelí reclutó a judíos de nacionalidad egipcia para ejecutar actos terroristas en Egipto contra instalaciones británicas y norteamericanas. Se culparía de estos actos a la Hermandad Musulmana y a los comunistas egipcios. Durante 51 años Israel negó su responsabilidad hasta que, en 2005, fueron reconocidos oficialmente y condecorados por el presidente Moshe Katzav los sobrevivientes de la operación.
(**) Victor Ostrovsky, desertor del Mossad refugiado en Canadá, afirmó que la inteligencia israelí introdujo clandestinamente en Trípoli un transmisor que radió mensajes para hacer creer a Estados Unidos que Libia estaba a punto de lanzar un masivo ataque terrorista contra occidente. Basándose en estos falsos mensajes radiales, Ronald Reagan ordenó el bombardeo de Libia, asesinando a la hija de Khadaffi.
Tomado de Radio Miami
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