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La Habana, Cuba. Cuando en Enero de 1891 José Martí llama a los latinoamericanos a la unidad, para que como árboles se colocaran en fila e impidieran el paso del gigante de las siete leguas, ya había transitado el camino que lo condujo a su antiimperialismo.
Podía alertar, por convicción, sobre el mayor peligro que acechaba a Nuestra América, y que, expresó: «no le viene de SÍ, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña».
Fue en México y 1875 donde primero vería los apetitos expansionistas de Estados Unidos y sus propósitos de convertir al país en un mercado donde asegurar su vacilante potencia mercantil. Cinco años después conoció de cerca los males de la sociedad norteña.
Una alerta para todos los tiempos
Vivir en Estados Unidos le permitió a José Martí conocer del desmedido apego por la riqueza a que era conducida aquella sociedad y de las componendas electorales que vinculaban intereses de las clases más adineradas.
Allí pudo apreciar avaricias y exuberancias, así como las aspiraciones marcadas, desde el propio gobierno, de anexarse territorios vecinos. Analizó Martí, en los finales del siglo XIX, los peligros de la invasión económica de Estados Unidos sobre los países latinoamericanos, que podría conducir a la dependencia política.
Sin embargo, no llama a la antipatía hacia el vecino rubio del norte, que difiere por su origen del hombre latinoamericano. Su llamado es a que los pueblos suramericanos se construyan desde dentro, se hagan respetar y se integren. Es este, acaso, un clamor para todos los tiempos.
Tomado de Radio Reloj
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