
Roberto Fabelo
Por Miguel Cruz Suárez
José Martí, nuestro Héroe Nacional, fue capaz de crear en sus 42 años de fructífera existencia, una obra colosal y perdurable. Su dimensión humana y revolucionaria lo ha ido configurando ante los ojos de muchos como un héroe mítico y de estatura inalcanzable, lo cual lo aleja innecesariamente de su grandeza, que no impidió en ningún momento que fuese un hombre de carne y hueso.
Muchos repiten una y otra vez las mismas anécdotas y lo citan reiteradamente a través de las mismas frases, dichas o escritas en numerosas ocasiones, como un recurso recurrente para agrandar discursos o adornar diplomas.No es raro encontrar sobre los estantes en diversas oficinas, escuelas o instituciones, alguna que otra edición de las Obras Completas del Apóstol, sin que se note la huella del dedo acucioso sobre las carátulas, la hoja doblada por el lector frecuente o la nota manuscrita en la página marcada.
Están allí esos libros como probable símbolo de erudición o como adorno elegante para causar envidia, sin que nunca se acuda para beber en ellos al menos el sorbo de una pequeña carta.
Imposible aspirar a que todos se dediquen a la lectura y el dominio total de esas valiosas obras, que ahora también se promueven en el universo digital. Se sabe que no es tarea fácil, incluso para los que de una manera u otra hacemos de leer un hábito diario, ahondar sistemáticamente en la prosa o el verso martiano, pero duele que a veces las oficinas o las computadoras guarden ese tesoro inmenso y sus dueños ignoren casi totalmente los textos del maestro.
He presenciado padres regalando a sus hijos una edición lujosa de La edad de oro, como un obsequio más del cual no toman parte y que nunca leyeron de niños o de adultos. Otros reciben con puntual cortesía las novedades editoriales que ahondan en la vida inabarcable de Martí y esos libros valiosos engrosan los libreros sin que el tiempo o las ganas los muevan de ese sitio.
Si no se lee a Martí, al menos brevemente, es difícil ponerlo en movimiento y sacarlo del busto donde una flor no basta.
Recuerdo con cariño a Cintio Vitier predicando la necesidad de acercar la obra martiana a los ojos y el pensamiento de los cubanos y la urgencia con que nos convocaba a «…enseñar a Martí con métodos martianos».
No basta con la ofrenda y el concurso, o con decir de memoria algunos de sus versos, a Martí es preciso bajarlo del estante y encontrarnos con él como ese amigo que, a pesar de rigores y peligros, tuvo el tiempo suficiente para escribir de cada cosa, algo útil.
Tomado de Granma
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