Por Miguel Cruz Suárez.
Todos tenemos un muro para encerrar los secretos que se llama intimidad y en el cual, a pesar de que a veces se admiten expediciones, casi nunca dejamos que se vean las verdades más profundas, y las huellas bien conservadas de un tiempo que ya se fue.
Algunos tienen sus puertas más grandes; otros, más chicas, y hay quien enmascara el muro para fingir que no existe, pretendiendo una total transparencia. También están los que un día cerraron su refugio de una forma tan hermética que ni la luz lo penetra. Hasta hace pocos años, unos y otros pensaron estar a salvo y tener el problema resuelto.
Pero llegó la era de internet y son muchos los intentos que se ponen en marcha para burlar esos enclaustramientos y entrar en la vida privada de la gente, sin pedir permiso. Las redes sociales, tan comunes hoy, llevan implícito el interés por saber cada día más sobre los gustos, las ideas y cualquier otro detalle que pueda resultar de interés.
Los métodos pueden ser solapados o no tan disimulados y cuentan como aliada perfecta con la ingenuidad de muchos internautas, que no se percatan de lo que se puede estar tramando tras un «Me gusta» junto a una publicación o en una encuesta de apariencia inofensiva, que solo (y aquí está la trampa) dice buscar tu preferencia por esto o por aquello, sin supuestas segundas intenciones.
La experiencia reciente en elecciones presidenciales o estudios de mercado ha revelado con entera claridad los verdaderos fines y ha prendido las alarmas sobre lo endeble que resulta cualquier pregonado anuncio de supuesta seguridad para los datos.
Es necesario que preservemos la intimidad como un tesoro único; no permitamos que nadie pueda dominar los espacios dentro del muro de otro. Allí, en ese mundo interior, la persona es más sincera, se desdobla y transfigura, sin que deba temer a que anden husmeando en esos parajes.
Dentro de nuestra muralla habrá quien nunca merezca poner un pie, habrá quienes vean los cristales sin divisar bien las joyas, habrá quien acampe un día y otros, largas temporadas, pero nunca nadie ha de tener el derecho de caminar por allí sin el debido permiso.
Tomado de Granma
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