Por: Elson Concepción Pérez
Cuando el 23 de mayo de 2008 los mandatarios de 12 países sudamericanos dieron el plausible paso integracionista de crear la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), un aire limpio de impurezas y traiciones, parecía –al fin– cumplir con los anhelos de Bolívar, San Martín y Martí, entre muchos otros, y avanzar hacia lo imprescindible: la unión.
El acto constitutivo, liderado por hombres grandes de nuestra América en el siglo XXI, de la talla de Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa y Evo Morales, se basó en la concepción de construir un espacio de integración en lo cultural, económico, social y político, respetando la realidad de cada nación.
Se sabían, de igual forma, cuáles serían los desafíos: eliminar la desigualdad socioeconómica, alcanzar la inclusión social, aumentar la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías existentes, defendiendo la soberanía e independencia de los Estados.
Había llegado el momento que José Martí definiría como: «Es la hora del recuento y la marcha unida y hemos de andar como la plata, en las raíces de los Andes».
El Apóstol, en fecha tan temprana como el 1ro. de enero de 1891, en su ensayo «Nuestra América» ya advertía sobre el mal de la desunión, la que ha sumido a nuestros pueblos en la dependencia y, con ello, en la desigualdad, la pobreza y el servilismo.
Martí también advertía sobre el peligro que representaban desde entonces, los Estados Unidos de América: «Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas de almohada (…): las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas, valen más que trincheras de piedras».
La Unasur avanzó en su visión integracionista, pero limitó sus alcances –más en un país que en otro– a los vaivenes del poder, donde aparecieron personajes políticos devenidos en mandatarios, que hicieron de sus sillas presidenciales un mecanismo de involución, traición en algún caso, y de apego a quienes desde Estados Unidos volvían con el apetito imperial de la Doctrina Monroe.
Una década después del nacimiento de Unasur es penoso que coincidan los gobiernos que ahora se desprenden de ese mecanismo integracionista, con los que en un denominado Grupo de Lima o en la desprestigiada OEA, baten palmas al lado de Washington (dígase Trump, Pompeo, Bolton, Abrams, Marco Rubio) apostando todas sus cartas a liquidar los mecanismos de integración latinoamericana y los gobiernos progresistas y dignos que resisten sanciones, amenazas militares y otras.
Aquellos años de renovada esperanza, de líderes dignos capaces de transformar para bien a sus países, fueron incentivo para que en Ecuador, en el Centro del Mundo, se levantara el edificio de la Unasur, símbolo de la unidad latinoamericana y caribeña.
Sin embargo, diez años más tarde, las banderas de la integración han comenzado a arriarse por los que han llegado al poder y se aferran a romper tan importantes atributos contenidos en la hermandad, la solidaridad y la defensa mutua de países libres e independientes.
Salió de Unasur Ecuador, Colombia, con Iván Duque, convertido en el más apegado peón de Washington en su arremetida contra Venezuela.También se desgajan Argentina, con Mauricio Macri, quien, además, ordenó sacar de las paredes de la Casa Rosada (de gobierno) los retratos de impulsores de la unión como Néstor Kirchner y Hugo Chávez. Brasil, en voz de Jair Bolsonaro, ha sido el último de los gobernantes que abandonan la Unasur. Lo hizo esta misma semana, cuando le correspondía a su país la presidencia pro témpore de esa organización
Quiero creer que, dentro de algunos años, la historia pueda recoger las acciones de los pueblos sudamericanos para romper con gobiernos y sistemas, que han puesto por encima de ellos, la entrega a una potencia extranjera y a los mecanismos económicos expoliadores que la sustentan.
Tomado de Granma
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