¡Cómo olvidar! Mi primera brigada fue hacia el metro, éramos 45 con volantes, y sobre todo, con mucha emoción porque nos dirigíamos al contacto con la gente, para explicarles por qué habíamos parado las actividades de nuestra Máxima Casa de Estudios.
En aquella noble y dura lucha que duró casi un año, vivimos experiencias terribles y maravillosas, de las cuales, cada participante podría escribir un libro.
Aprendimos el valor de luchar unidos. Nos llamábamos “compas”, sin ningún problema de sentirnos menos o relegadas por ser mujeres, de hecho, muchas de las brigadas externas y a lo interno de CU, marchas, y actividades en general, las mujeres cumplimos un papel protagónico al estar siempre al frente. Confiábamos en quien estaba a nuestro lado sin importar el género.
Aprendimos a protegernos, a cuidarnos. Comprendimos en el trabajo duro, el valor de la camaradería, lo que significa poder salvar a alguien al menos de algunos cuantos golpes de granaderos, federales, investigadores y autoridades, porros… Lo que significa tener la seguridad de alguien en tus manos, lo que es cuidar la vida del de al lado.
Aprendimos del valor del esfuerzo, de la disciplina, de la formación.
Mención honorífica merece nuestra gente, nuestro pueblo, quienes en su inmensa mayoría, nos cuidaba y defendía en las calles, nos daba agua y comida, en la medida de sus posibilidades. Recuerdo con entrañable cariño a una señora que se acercó a nuestra Mesa de Información en el Zócalo cuando la primer Consulta, que nos comenzó a defender con una valentía digna de admiración de dos señores que nos gritaban sin escuchar que el cierre de la UNAM era para que estuviera siempre abierta para todos y todas, incluyendo a sus nietos que no estábamos luchando por nosotros, sino para que cualquiera pudiera estudiar, quienes tenían dinero y quienes no lo tenían. La señora nos dio una cátedra sobre defensa de la educación gratuita, y los señores no tuvieron más que retirarse, ella nos abrazó y nos dijo: “Hijos, no dejen de luchar que esos ahora no lo saben, pero cuando ustedes ganen y sus muchachos puedan entrar a la universidad, se van a acordar de ustedes agradecidos, yo nomás vine a dejarles esto pero me enchilé y yo tampoco me aguanto”. Nos dio agua y fruta, un abrazo y la “bendición”. Y así, hubo muchas.
Profunda admiración y respeto merecen también los padres y madres que aquel duro 1ro de febrero, se acostaron en la calle afuera de la Prepa 3, para que la Policía Federal Preventiva no pasara.
Esta fecha nos remueve todo.
Supimos que un mundo mejor y más justo para todos, es posible.
Va mi abrazo inmenso, mi admiración y mi profundo respeto a mis compas.
¡Lo logramos, la UNAM sigue siendo pública y gratuita!
Aline Pérez Neri. Orgullosamente UNAM
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