Cuando Mariana se unió a Marcos, enfrentaba la crianza de cuatro hijos, muy joven y sola, en una sociedad patriarcal y discriminatoria de las féminas por su pobreza y color de la piel; necesitó mucha energía y valor a la vez que ternura maternal, cualidades que le permitieron ser “el alma y dirección de aquel hogar”.
Por Damaris Torres, Israel Escalona.
La ausencia de instrucción no impidió que junto a Marcos Maceo proporcionara a su valerosa prole una educación sustentada en sólidos principios éticos para legar a la historia una pléyade que se destacó por su higiene en el vestir, laboriosidad, patriotismo, disciplina, honradez, lealtad incondicional a la familia y a la causa libertaria. Ninguno de los hijos vaciló ante el enemigo, ninguno fue traidor…
De la influencia materna en su formación patriótica, Antonio Maceo escribió a José Martí: “A ella, pues, debo la consagración de este momento”.
Pero no es solo el hecho de ser la progenitora de esos luchadores anticolonialistas lo que le deparó un lugar en la historia. Mariana fue transgresora de los cánones que la sociedad impuso a las mujeres de su condición al vincularse con las luchas por la independencia de su pueblo, desde el proceso conspirativo en que fue cómplice de las actividades de su esposo e hijos en la Junta de Majaguabo. No fue casual que pocos días después de la clarinada de Céspedes en el ingenio Demajagua, los Maceo Grajales, entraron en la historia de Cuba al incorporarse al movimiento.
Según el testimonio de María Cabrales a Francisco de Paula Coronado, ante la llegada de las fuerzas del capitán Rondón: “Mariana, rebozando en alegría, entró en su cuarto, con un crucifijo que tenía y dijo: ‘De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertad a la patria o morir por ella’, y luego de este juramento abandonaron todo lo que tenían y decididos marcharon con el Ejército Libertador, Antonio, José, Miguel, Justo, Rafael, Felipe, Julio y Fermín, quedó el padre, con Tomás de ocho años y Marcos de seis, para ocultar a la familia en la montaña”.
Tras la partida de los Maceo, los españoles, en represalia, quemaron la vivienda y destruyeron los sembrados. La percepción del peligro y la comprensión de que su deber estaba junto a los suyos influyó en la decisión de Mariana de marchar también a la manigua con el resto de la familia poco después.
Destacados todos en la insurrección, hay un episodio —entre tantos otros que acumula enhiesta— que la marcan para siempre:
…En ocasión de llevar gravemente herido a Antonio, las mujeres se alarmaron, entonces se irguió en gesto enérgico, mientras tomaba las medidas necesarias para atender al herido: “¡Fuera, fuera faldas de aquí! ¡No aguanto lágrimas! ¡Traigan a Brioso! Y a Marcos, el hijo, que era un rapaz aún, se lo encontró en una de sus vueltas: ¡Y tú empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!”.
En mayo de 1893, en carta que escribe José Martí a Antonio Maceo, el Apóstol le comenta: “Ahora volveré a ver a una de las mujeres que más me han movido mi corazón: a la madre de Ud”.
El 27 de noviembre de 1893, víctima de una complicación del mal de Bright y una congestión pulmunar, falleció Mariana Grajales en Kingston, Jamaica.
…Patria en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo pone una palabra: —¡Madre!
“Vi a la anciana dos veces y me acarició y miró como a un hijo, y la recordaré con amor toda mi vida”, se propuso el Apóstol de solo conocer el hechizo, la hidalguía, de aquella valentísima mujer desposeída de toda trivialidad.
Damaris Amparo Torres e Israel Escalona Chávez: Mariana Grajales Cuello. Doscientos años en la historia y la memoria, Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2015, pp. 50-51, 92-93.
Tomado de Capitán San Luis
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