Andrés García fue torturado y luego asesinado, pero no murió; testificó en el juicio del Moncada los desmanes y abusos de la soldadesca de la tiranía batistiana. El que dieron por muerto subió a la Sierra Maestra y bajó de ella, comandado por el mismo Jefe del 26 de julio de 1953, con una Revolución victoriosa
Por Marta Rojas

Andrés García sobrevivió a la barbarie del ejército de Batista y a su odio contra los jóvenes revolucionarios. Foto: Tony Azcuy
Diez días después del asalto al Moncada, en la prensa de la provincia de Oriente apareció publicada una nota sobre un aspecto hasta entonces desconocido relacionado con el asalto al cuartel de Bayamo. La nota que pasó por alto el censor, por su contenido, resultó «un bombazo».
Decía: «De las actuaciones recibidas ayer en la Audiencia, correspondientes al frustrado asalto al Cuartel de Bayamo, aparece que en el asalto al cuartel murieron dos jóvenes desconocidos y el siguiente día, cuatro más en un tiroteo en una finca del barrio Laguna Blanca de aquella municipalidad. No se hace referencia en estas actuaciones recibidas en la Audiencia a un individuo desconocido, muerto a tiros entre Bueycito y Arrancas, ni a dos muertos por estrangulamiento en el camino que conduce al Central Sofía, próximo a la finca del Dr. Ciro León».
Sería en septiembre, cuando se desarrollaba el juicio del Moncada (Causa 37 de 1953) por los asaltos a los cuarteles Moncada y el de Bayamo, comandado por el joven abogado Fidel Castro Ruz, que este asunto se trató abiertamente en la Sala del Pleno del Palacio de Justicia de Santiago de Cuba, repleta de público. «El juicio más grande de la historia de Cuba», lo calificaría entonces el Presidente del Tribunal, en una entrevista de prensa publicada en la revista Bohemia, sin medir la trascendencia anticipada de sus palabras.
Imposible no recordar a aquel asaltante clave de esta historia que se dio por muerto y luego fuera conocido como «el muerto vivo», quien apareció ese día y los sucesivos entre los demás combatientes que colmaban esa histórica Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente, en Santiago de Cuba.
El Fiscal acaba de interrogarlo y el acusado denunció el crimen, del cual fue víctima y testigo, interrogado en esa sesión del proceso por el joven Fidel Castro Ruz, que en su condición de abogado exigió que se cumplimentara el derecho que tenía de asumir su propia defensa, así como la de la Causa 37 en general.
Andrés García Díaz, «el muerto vivo», aún tenía una marca amoratada en el cuello. Estaba pálido, pelado al rape, con cicatrices en la cabeza y cualquier parte visible del cuerpo, haciendo suponer cuántas más tendría. Algo me llamó la atención especialmente: fue su nuez de Adán. Pensé que esa nuez de Adán, tan sobresaliente en su garganta y siendo él tan delgado, impidió su muerte.
Andrés García respondió las preguntas del Fiscal y expuso detalladamente todos los pasos de su vida, desde el momento en que tras el fallido asalto al Cuartel de Bayamo, cuando él y dos compañeros –Hugo Camejo y Pedro Veliz– fueron hechos prisioneros, interrogados, torturados y conducidos al camino de Veguitas en un jeep, y por allí adonde los tres serían asesinados, como ocurrió con los otros dos.
Después de concluir su pormenorizado relato, el abogado Fidel Castro Ruz pidió la palabra para interrogarlo. Quería saber si los militares que «el muerto vivo» había mencionado como ejecutores de los crímenes, actuaban por cuenta propia o respondían a órdenes, y de quiénes emanaban esas órdenes. Andrés García respondió sereno y Fidel pidió que se dedujeran los testimonios del acusado.
Pero ¿cómo pudo burlar la muerte aquel joven? ¿Cómo desafió la persecución?

La campesina Bélica González en un reencuentro posterior con Andrés García. Foto: Tony Azcuy
Los tres jóvenes pudieron salir del cuartel luego del frustrado ataque y quitarse el uniforme de soldados. Tenían la idea, como otros, de burlar la búsqueda de ellos por parte del Ejército, pero fueron detenidos y conducidos al Cuartel. «Es un asunto del Moncada», dijeron los militares.
Luego de las torturas en el cuartel de Bayamo, horribles torturas, se les ordenó subir a los jeeps. Un jeep lo conducía un soldado, barbero a la vez (pero no asesino). Los condujeron al camino de Veguitas, entre Bayamo y Manzanillo, y allí abandonaron ese camino y se internaron en la curva del Central Sofía. Estaban cerca del cementerio, a un costado de un cañaveral, frente a los potreros de la finca del doctor Ciro León.
En ese lugar se bajaron los militares, los ataron por el cuello y a su vez a uno de los jeeps. Los arrastraron un largo trecho, lo cual les produjo la muerte a sus compañeros. Porque Andrés García no murió.
Los militares retornaron al cuartel.
Al rato, Andrés García «volvió en sí», estaba vivo. Él mismo contó en el juicio cada paso: arrastrándose pesadamente trató de despertar a sus compañeros, pero habían muerto. Por instinto, sin fuerzas, arrastrándose, abandonó el camino y fue a parar a una zanja donde se quedó. Al cabo regresaron los militares con el jeep. Traían tres ataúdes, pero solo pudieron llevarse dos muertos; aunque lo buscaron a él, no lo encontraron.
Fue a la mañana siguiente cuando una campesina descubrió a Andrés García. Cuenta él que apenas podía respirar porque tenía los oídos y las fosas nasales tupidos por los coágulos y esgarraba sangre oscura, «como borra de café». «Yo era un desastre», me contaría luego. «Tenía ganas de morir».
Eso me relató un día que nos vimos en un local del Ministerio del Interior, muchos años después del triunfo de la Revolución, cuando lo convoqué a reconstruir el hecho para incorporarlo a una historia que estaba escribiendo sobre la semana de la resistencia. Entonces me dijo que sin los campesinos Bélica González, Bernardo Anaya, Antonio Verdecia, líder campesino de la ortodoxia (Ñico o Tañico, le decían) y tantos más «que me movían de un lugar a otro y me curaron, hasta encontrar garantías para entregarme, con una fe total en la lucha revolucionaria y admiración hacia nosotros».
«Después supe que la solidaridad fue total. No solo conmigo, sino con todos los que sobrevivimos», reiteró entonces y recordó al «Barberito», chofer de uno de los jeeps que los llevó al camino de la muerte, su nombre era Santiago Ávila. «Lo supe luego, llegó como revolucionario, más tarde, hasta la Columna Uno José Martí, comandada por Fidel y trabajó en la zona, durante toda la lucha armada revolucionaria». Se refirió a otros ejemplos: «están los del español Campanal, en Santiago, y tantos cubanos más. Empezando, desde luego, por el teniente Sarría. El pueblo nos apoyó en todo. Al pueblo le debo la vida, pero sigo siendo «el muerto vivo». (1)
(1)
Andrés García falleció en diciembre de 1988, era entonces oficial del Ministerio del Interior.
Nota: El destacado documentalista Santiago Álvarez se inspiró en el libro La cueva del muerto, de la autora Marta Rojas, para hacer la película que aborda estos hechos.

Tomado de Granma
Tomado de Granma
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