Por Miguel Cruz Suárez
En mi pueblo natal, territorio rural bastante poblado, éramos un piquete numeroso, diverso y solidario. No era este el único barrio cubano con esas características y en cada latitud de la isla se podía crecer (aún se puede) con envidiable alegría, seguridad y educación. Ya desde entonces, para los enemigos y algún que otro incauto o desinformado, vivíamos en una dictadura y por tanto debimos crecer con las secuelas que un régimen así, deja en la gente.
Pero es aquí donde llegan las preguntas ¿Cómo es posible que yo creciera en una dictadura y ninguno de mis amigos fuera entonces, o luego, un desaparecido? E incluso más, sin que entre los amigos de mis amigos se pueda encontrar una víctima de ese terrible flagelo, estrechamente ligado a la represión y a los dictadores.
¿Cómo se entiende que la dictadura de mi infancia o de mi juventud, no dejó en la memoria sensible y precisa de mi generación la imagen dantesca de una fosa común o la foto terrible de un cuerpo acribillado al borde del camino con evidentes marcas de terribles torturas? ¿Cómo se podría explicar que el tiránico sistema no cerrara ni una escuela, no despidiera a maestros o lucrara con la salud de mi gente?
¿Qué tipo extraño de dictadura fue la que me rodeó en el barrio cuando jamás nos preocupó, ni nos asustó, la presencia de un policía o el paso de un soldado? ¿Por qué los dictadores no desalojaron a ningún campesino a punta de rifle o se aparecieron una mañana cualquiera con la noticia de que: desde esa noche tendríamos toque de queda?
¿Por qué no han sacado carros lanza agua? ¿por qué no han tirado balas de goma? ¿Por qué nunca hemos llorado por los efectos de los gases lacrimógenos? Y la pregunta más interesante, la que podría responder a todas las demás ¿Por qué, si como dicen, siempre hemos sido una dictadura latinoamericana, no somos amigos del gobierno Yanqui, tan rodeado siempre de esas amistades? ¿Extraño verdad?
Tomado del muro de facebook del autor
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