
Julio Antonio Mella, pintura de Servando Cabrera Moreno. Fotos: Internet
Por Hassan Pérez Casabona
En enero de 1926 tuvo que partir a Centroamérica. La travesía finalizó en México, país que apreció en toda dimensión la fuerza de su ejemplo. Semanas más tarde se convirtió en integrante del Partido Comunista. Al igual que ocurrió antes con la organización comunista cubana, Mella fue objeto en tierra aztecas de incomprensiones, a partir de su manera original de llevar adelante tácticas y estrategias de lucha, alejadas de posiciones rígidas y limitadas. El doctor Elier Ramírez Cañedo, joven y acucioso investigador, considera sobre esta cuestión, tomando como vórtice la más reciente obra sobre este líder de Rolando Rodríguez, Premio Nacional de Ciencias Sociales, que:
El autor, defensor de una manera de historiar alejada de todo tipo de maniqueísmos y adulteraciones, aborda los complejos procesos que llevaron a la separación de Mella del Partido Comunista Cubano —el Comité Central consideró su huelga de hambre como un acto individualista, indisciplinado, pequeñoburgués y oportunista— y del Partido Comunista Mexicano después, debido a discrepancias que habían conducido a que Mella presentara por escrito su renuncia; verdades que no pueden ser ocultadas y que deben ser explicadas en su justo contexto histórico. Mas tampoco se puede dejar de decir que a finales de mayo de 1927 se produjo el reingreso de Mella en el Partido Comunista Cubano, al revisarse nuevamente su caso, y que su salida del Partido Comunista Mexicano fue solo por unas horas, pues Mella se retractó de su renuncia y fue aceptada su reincorporación a la organización. Es decir, que al caer mortalmente herido en enero de 1929, Mella ostentaba con orgullo la militancia en ambos partidos[1].
En el texto, Rodríguez, con el rigor que lo caracteriza, capta diversas cuestiones sustantivas de la personalidad del emblemático dirigente, al igual que el temor que infundía a los adversarios, a partir de su ascendencia continental.
Mella juntaba a su pluma, que arrojaba luz de manera incesante, un verbo capaz de convencer ya no por su poder electrizante sino por el razonamiento lúcido, preciso y fácilmente alcanzable[2].
También en la Patria de Juárez formó la Asociación de Estudiantes Proletarios, luego de matricular Derecho en la Universidad Nacional, y conoció a la intelectual italiana Tina Modotti, con quien vivió un ardoroso romance, ícono desde entonces de las relaciones amorosas, incondicionales y sin ataduras, entre figuras transgresoras de cualquier latitud.
Tina fue una mujer que se adelantó, por mucho, a su tiempo. Casada primero con el fotógrafo Edward Weston, más tarde con Xavier Guerrero y esposa, en el ocaso de sus días, de Vittorio Vidali, asumió intensamente cada uno de las faenas de sus 46 años de existencia.
Ningún estudioso de su vida alberga dudas de que las jornadas más estremecedoras de su existencia fueron los años que compartió junto al joven cubano. La laureada escritora mexicana Elena Poniatowska refleja, en la estupenda novela de 663 páginas Tinísima, la magnitud de ese vínculo, en las antípodas de convencionalismos y que perfila a los dos en una órbita, desafortunadamente desconocida para otros que se encartonaron con consignas estériles.
Sin rubor alguno, afirmó la afamada intelectual:
La primera vez que Tina y Julio se quedaron solos en la redacción de El Machete, el cuerpo entero de ella entró en expectativa, como perro de caza que de pronto aguarda perfectamente quieto en su tensión […]. Se amaron de pie, luego sobre los periódicos caídos […]. Julio era lo más fuerte de Tina, lo más vigoroso, iba más allá de ella misma. Tina lo miraba y se veía en sus ojos, y detrás de él estaba la Tina a la que aspiraba […]. Tina vivía en un torbellino […]. Tina y Julio congregaban en Abraham González al exilio latinoamericano, a los líderes obreros, a los campesinos. “Aquí se está mejor que en el partido”. Venían del Caribe, de Nicaragua, de El Salvador […]. Con Julio a su lado podría enfrentarse a todo[3].

Julio Antonio Mella y Tina Modotti.
A través de sus escritos en las páginas de El Machete, libró batallas estratégicas en defensa del movimiento obrero latinoamericano. Algo que apenas se conoce de ese período es que impartió un cursillo para corresponsales, desde la sección “Correspondencia del Taller y del Campo”.
En una de las recomendaciones propone, el 25 de junio de 1927, que:
¿Qué significa ser breve y conciso? No decir una palabra más ni menos de lo que es necesario y expresar cada idea con el mínimo de palabras. La brevedad es una virtud fundamental porque el periódico de los proletarios lo forman unas cuantas hojas que deben recoger todas las palpitaciones de la vida mundial que tengan interés para la clase trabajadora[4].
En aquellos predios publicó sus “Glosas al pensamiento de José Martí”, poco antes de asistir al Congreso Mundial contra la Opresión Colonial y el Imperialismo, efectuado en Bruselas en 1927. En marzo, todavía con las impresiones de los debates, viajó emocionado a la tierra de los soviets. Un año después presentó ¿Qué es el ARPA?, prosiguiendo sus colaboraciones con El Machete y otros periódicos.
Sobre “Glosas…”, las destacadas investigadoras Isabel Monal Rodríguez y Olivia Miranda Francisco destacan:
En “Glosas al pensamiento de José Martí”, Mella insiste en el análisis comparado entre los antagonismos clasistas finiseculares y de la década del veinte […]. No se le escapa —Martí lo había pronosticado en su momento— que la contradicción principal en torno a la cual había que estudiar el estadio presente de la sociedad cubana era la existente entre el imperialismo norteamericano y el pueblo cubano[5].
Al aproximarse a su personalidad, escribe la historiadora Francisca López Civeira, Profesora de Mérito de la Universidad de La Habana:
Se hace necesario, entonces, indagar en el papel de aquel líder en su época; solo así se puede entender por qué fue un objetivo especial de la política represiva que formó parte del conjunto del programa de gobierno de Machado, por qué se produjo su expulsión de la Universidad, primero, y luego el encarcelamiento, la obligada salida del país y, por último, su asesinato en 1929[6].
José A. Tabares del Real, a quien acudimos más de una vez en este libro, considera, haciendo énfasis en lo que aún falta por conocer sobre él, que:
Entre las publicaciones sobre el paradigmático líder juvenil del decenio de 1920, son menos usuales las relativas al estudio y divulgación del pensamiento revolucionario de quien, en algo menos de veintiséis años de feraz existencia física, escribió más de ciento cincuenta artículos, ensayos y cartas políticas y pronunció notables discursos y conferencias[7].
Su vocación internacionalista no tuvo un solo resquebrajamiento a lo largo de su vida. Consciente de que “la revolución social en América no es una utopía de locos”, no le fueron ajenas el resto de las proposiciones continentales.
Sobre esta visión apunta la investigadora cubana Juana Rosales García:
Para el martiano Mella, patria y patriotismo constituían conceptos que trascendían las fronteras del país para convertirse en un verdadero patriotismo militante, expresado en el internacionalismo. Se podía ser patriota y ser internacionalista, pero ningún revolucionario del momento actual puede dejar de ser internacionalista, pues dejaría de ser revolucionario[8].
El destacado ensayista Néstor Kohan tiene la certeza de que Julio Antonio es una figura de especial relieve en el panorama latinoamericano. Para el argentino, el cubano forma parte de la vanguardia de pensadores irreverentes, cuya obra eclosiona en la década del veinte. Estos se convirtieron en la generación fundacional del marxismo latinoamericano, si bien ello no niega la existencia previa de otros intelectuales que trabajaron por dar a conocer dichas ideas en nuestra región, como Germán Lallemant y Recabarren.
Dice este intelectual:
En él se conjugaron los dos afluentes de la revolución latinoamericana. Rebelión y racionalidad, impulso práctico de lucha e intento por dotar a esa lucha de un marco cultural y teórico que la legitime y la promueva hacia nuevos niveles. Como el Che o como Mariátegui. Mella fue un hombre de acción, pero también de pensamiento. En su corta y afiebrada biografía política expresó esas dos dimensiones al mismo tiempo. Un precursor[9].
Dondequiera que un obrero, estudiante o campesino se rebelaba contra el yugo opresor, Mella sentía que se daba un paso de avance en la consecución de los propósitos estratégicos. Venezuela fue uno de los sitios que tensó su fibra latinoamericana.
El 10 de enero del 2001, al pie del mausoleo que custodia sus cenizas, ante estudiantes cubanos y morochos, expresé sobre los vínculos con la tierra bolivariana:
Está muy unido a figuras venezolanas que son compañeros inseparables, como Salvador de la Plaza, los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, que habían residido en Cuba, y ya se conocían, que partieron también poco tiempo después de que Mella lo hiciera a México, a la ciudad capital de este hermano país; y comenzaron a luchar, porque la transformación en América no se realizara de manera exclusiva en pequeñas naciones, sino en toda nuestra región […]. En 1927 participa activamente en la fundación del Partido Revolucionario Venezolano, y es uno de los que de manera más intensa labora por acopiar armas para que, con una expedición, se desterrara la tiranía de Juan Vicente Gómez en Venezuela. Esto no fue posible. Se establecieron relaciones entre los patriotas venezolanos y cubanos y el general mexicano Álvaro Obregón, quien había sido presidente de ese país. Por diferentes razones no tuvo lugar que se entregara el cargamento de armas a los luchadores hermanos, y Mella pensó entonces en la idea de que esas armas pudieran ser empleadas para que se desatara un proceso insurgente en nuestro país. Diríamos que cuando en la noche del 10 de enero de 1929 es asesinado, se encontraba precisamente en aquellos preparativos[10].
En esta línea, Rodríguez se refiere a un pasaje que vincula a Mella con estos revolucionarios, antes de su relación con Tina Modotti, el cual devela además la precariedad de las condiciones, dramáticas desde el punto de vista humano, que enfrentaron en predios aztecas.
En México, Mella, los Machado, De la Plaza y los peruanos Hurwitz y Pavletich, que pronto llegaron también, vivieron primero en una residencia de la colonia Roma puesta a su disposición por amigos del cubano. En esta se uniría a Mella su esposa Olivia Zaldívar; y de ahí saldrán todos una noche a llevar al cementerio una hijita del matrimonio muerta a poco de nacer. Como no tenía un centavo tuvieron que saltar la tapia para no pagar los derechos[11].
En la fecha infausta mencionada, en la intersección de las avenidas Abraham González y Morelos, en el Distrito Federal, esbirros de la tiranía machadista acabaron con su vida. Sus últimas palabras a Tina fueron: “Muero por la Revolución”.
En 1996 la FEU colocó simultáneamente, luego de una convocatoria popular —“Un gramo de bronce para Mella”—, que contó con el respaldo de todos los sectores de la población, bustos de Mella en el Pico que lleva su nombre, en el oriente cubano, y en la Ciudad de México. Sesenta y siete estudiantes, número de años transcurridos desde su muerte, procedentes de todas las universidades, viajaron a la capital azteca (la efigie fue colocada en el Parque San Carlos, de la Colonia Tabacalera), mientras que igual cifra ascendió la elevación de casa, para rendir homenaje al líder comunista.
Cada año, el 10 de enero, allá se congregan cientos de amigos mexicanos, los miembros de la Embajada de nuestro país y una gran suma de cubanos residentes en la hermana nación, para recordar la vida de uno de los imprescindibles de la redención humana.
El crimen no impidió que el joven inspirara a las posteriores generaciones de revolucionarios. Desde el instante en que expirara su vida, desplomado por el disparo artero sobre los brazos de Tina, Mella representa una de las cúspides de la unidad de pensamiento y acción, de todo el hemisferio.
Lionel Soto, destacado dirigente comunista y autor de la monumental obra La Revolución Precursora de 1933, afirmó:
La reacción ante el asesinato de Mella fue explosiva […]. De Europa y del mundo llegaron las noticias de acciones y mensajes. En México, especialmente, la agitación fue instantánea […]. En el Madison Square Garden, de Nueva York, se efectuó, el 23 de enero, un combativo mitin de más de veinte mil asistentes, en el que hizo uso de la palabra Leonardo Fernández Sánchez y otros oradores revolucionarios y en el cual se denunció la responsabilidad del imperialismo y de su agente cubano en el crimen. El movimiento comunista y antiimperialista internacional, encabezado por el Secretariado de la Internacional Comunista, expresó sus protestas y promovió la solidaridad con el pueblo cubano, en ocasión tan dolorosa. Honores y luchas no faltaron[12].
El atentado, perpetrado en la penumbra, fue la materialización de un plan fraguado tiempo atrás. A los autores intelectuales y materiales de esa monstruosidad, aunque trataron de que no se conociera la participación de cada uno de ellos, la historia los envió a donde pertenecía aquel puñado de asesinos y malhechores.

“Cenizas sin muerto”, texto publicado en Bohemia y escrito por Juan Marinello a raíz del asesinato del líder estudiantil Julio Antonio Mella y el traslado de sus restos a Cuba.
La orden, estuvo claro desde que el proyectil perforara el cuerpo robusto de Mella, fue dada por Gerardo Machado. El déspota murió el 29 de marzo de 1939, mientras le administraban un barbitúrico para practicarle una operación. Al estar hospitalizado en una clínica de Miami sufrió un paro cardíaco en la mesa de operaciones.
José Agustín López Valiñas, quien disparó contra el líder cubano, fue condenado en México a 20 años de prisión. En 1938 se benefició de una amnistía completa dictada por el general Lázaro Cárdenas (el prestigioso político no se la habría concedido en lo individual), que permitió de forma ampliada regresar a los mexicanos fuera del país y a los extranjeros presos en tierra azteca marcharse a donde desearan. El 18 de noviembre la prensa reflejó que había sido asesinado por desconocidos. Tenía 51 años y trabajaba como chofer de un exsenador mexicano. En las pesquisas se conoció que años atrás mató a otro pistolero, por lo cual no fue juzgado.
Miguel Francisco Sanabria, uno de los participantes en el asesinato de Mella, murió el 11 de octubre de 1942, a consecuencia de una puñalada. Era un gánster que entre otros negocios regentaba prostíbulos, bares y un banco de juego prohibido. El 2 de septiembre de 1943 fue muerto por disparos de arma de fuego el cabo de la Policía Nacional Francisco Rey Merodio, quien era confidente de la embajada de Estados Unidos en La Habana y conoció los planes de Mella de venir con una expedición armada para derrocar a Machado.
El 25 de mayo de 1960 falleció en Santiago de Cuba Guillermo Fernández Mascaró, embajador cubano en México en el momento del crimen contra el fundador de la FEU. El comandante Santiago Trujillo, jefe de la Policía Secreta de Palacio en el gobierno machadista, murió de una isquemia al miocardio el 2 de noviembre de 1966. Al triunfo revolucionario fue acusado por los hechos de 1929, pero por la avanzada edad y estado de salud no se procedió contra él. José Magriñat, encargado de la ejecución del plan para quitarle la vida a Mella, fue ajusticiado en La Habana, el 13 de agosto de 1933[13].
Juan Bosch, refiriéndose a la muerte del Che, expresó la conmoción asociada a la pérdida de una figura de su nobleza, recordando además el criterio de uno de los padres fundadores de su pueblo, perfectamente aplicable al crimen cometido contra Mella:
La televisión española transmitió unas escenas relativas a la muerte de Guevara. Se veía un villorrio en la selva boliviana, un villorrio que era la estampa de la soledad, la miseria y la ignorancia; se veía un general cubierto de oropeles, cintajos y medallas, y se veía al cadáver del Che Guevara tirado en un mesa. Ahí estaba resumido el drama de América: La miseria, la opresión, no preso, no herido, sino aniquilado a tiros. Yo evoqué unas palabras de Gregorio Luperón que dicen más o menos así: “El que pretende acabar con la revolución matando a los revolucionarios es como el que piensa que puede apagar la luz del sol sacándose los ojos” [14].
Juan Marinello mantuvo intacta, en su retina y corteza cerebral, el ejemplo del joven gallardo:
Conocerlo era creer en él. Unía la mente ancha y universal a la cercanía familiar y captadora. Hasta aquel peculiar ceceo; hasta aquel andar a grandes truncos, un poco desgonzado de la cintura abajo; hasta aquella postura ladeada, caída hacia la izquierda, que adoptaba en la tribuna, le completaban la personalidad atrayente[15].
En un momento de regocijo, emergió otra vez la evocación sobre esta personalidad que imantaba:
Me tocó ver a Julio Antonio en la asamblea encrespada y en el mitin combatiente, en la advertencia orientadora y en la réplica fulminante. Fui, con Martínez Villena, su abogado defensor ante los tribunales amaestrados de la época, lo que me permitió acercarme a su entereza y a su ingenio. Estuve junto a su cama en los días angustiados y esperanzadores de la huelga de hambre y me tocó, con un grupo de revolucionarios mexicanos y cubanos, traer sus cenizas desde la ciudad donde fue asesinado por el imperialismo y sus cómplices, hasta la de La Habana[16].
El boliviano Tristán Maroff, quien lo conoció en México en 1928, captó la hondura de su personalidad, desde el primer contacto. En un trabajo que apareció en Alma Mater, en agosto de 1929, trazó un dibujo sobre el antillano, el cual posee en realidad innumerables puntos de contacto con las apreciaciones de sus contemporáneos. Era tal el magnetismo que irradiaba el líder.
Había que ver a Julio Antonio Mella para saber lo que era. Una llama siempre encendida y relampagueante. Hombre arrebatado por un torbellino de pensamientos brillantes que no los guardaba para sí, sino que los distendía al público. Cultivaba un género de oratoria clara, precisa, elocuente y razonadora. Había suprimido por disciplina toda frase lírica que menguase el concepto y anulase su fuerza. Hablaba convencido, sin desgajar una sola idea, que no estuviese respaldada por su honradez. Quería que a todas horas se le explicase al pueblo la suprema verdad[17].
La desaparecida profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, Ana Cairo Ballester, quien coordinó el esfuerzo editorial de largo aliento que representó la publicación en el 2003 de Mella, 100 años, en dos volúmenes, se refirió a la significación de este joven, en el entramado político y cultural del hemisferio, en múltiples oportunidades.
Mella, hijo espiritual de Martí, admirador de José Enrique Rodó y José Ingenieros, encabezó un ataque frontal a las tesis del político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre. Con José Carlos Mariátegui y Aníbal Ponce él ilustró la actitud marxista más original de la primera mitad del siglo XX: la de pensar sus respectivas realidades con una mentalidad y una audacia transgresoras.
Autora de una profusa obra sobre varias de las figuras más prominentes de aquellas décadas intensas y complejas, la merecedora del Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, quien desafortunadamente falleció en el 2019, tiene la seguridad de que:
Mella inauguró una fase de esplendor en el pensamiento marxista y socialista cubanos, a la cual también contribuyeron Rubén Martínez Villena, Raúl Roa, Antonio Guiteras y Pablo de la Torriente Brau, entre otros, y que merecería ser más conocida para regodearse y aprender de la creatividad de aquellos revolucionarios […]. Las visiones de Mella como un Apolo revolucionario, o un Prometeo iconoclasta, que actuaba con una voluntad inquebrantable, podrían ser muy bellas, además de muy útiles[18].
Julio Antonio se encuentra presente en el combate ideológico cotidiano, que libra su pueblo por proseguir edificando una sociedad superior. Su ejemplo desborda plazas, estatuas y monumentos, adentrándose en la raíz misma del bregar incesante en que participamos.
Cada mes de septiembre los jóvenes de la Universidad de La Habana comienzan el curso escolar depositando una ofrenda floral en el monumento que custodia sus cenizas para, con posterioridad, ascender los 88 peldaños de la colina.
La valoración que mejor resume la estatura y alcance de Julio Antonio, la realizó el Comandante en Jefe Fidel Castro, al afirmar que: “Mella fue el que más hizo en menos tiempo”, en el entramado de las luchas revolucionaras en nuestro país. Esa aseveración, reiterada en varias ocasiones por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, capta, en su esencia, la contribución de ese joven dentro de nuestras luchas. En el acto central por el 75 aniversario de la FEU, el cual tuvo lugar en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el sábado 20 de diciembre de 1997, el compañero Raúl aseguró:
Muchas veces, desde sus días universitarios, Fidel ha expresado su plena identificación con Mella. Una vez conversando con él sobre el tema, me expresó: “En Cuba, nadie ha hecho tanto, en tan poco tiempo”. Esta sencilla y justa síntesis expresa su admiración por el fundador, a la edad de 20 años, de la Federación Estudiantil Universitaria y de la Universidad Popular José Martí, y en los dos años subsiguientes, de la Liga Antiimperialista y el Primer Partido Comunista de Cuba[19].
Mella, a no dudarlo, tiene mucho que aportar en las batallas presentes y futuras que se libran en América Latina y el Caribe.
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