
Hospital de Getafe, ubicado al sur de la Comunidad de Madrid Foto: Europa Press.
Por Julieta García Ríos
El martes 10 de marzo en el Hospital Universitario de Getafe de la Comunidad de Madrid eran varios los pacientes hospitalizados por COVID-19. Ese día el médico internista Daniel Abad leyó un artículo de un colega madrileño donde advertía el peligro que se les avecinaba. Al día siguiente, al comentar en su hospital el criterio del galeno, el doctor Abad fue tachado de catastrofista.
“¡Hasta ese punto llegaba nuestro desconocimiento! La gran mayoría de nosotros creímos que esto sería como una gripe… ¡Nada más lejos de la realidad!”, reflexiona el médico internista. Su testimonio da fe de las experiencias que han podido vivir otros profesionales de la salud de la Comunidad de Madrid.
Hoy por hoy España es el país europeo más golpeado por la COVID-19, y es Madrid, su capital, el epicentro de la pandemia. Según el sitio covidvisualizer.com, este lunes 13 de abril el país europeo alcanzó la cifra de 166 831 personas infectadas, de las cuales 17 209 han fallecido. No obstante, aparecen algunas señales alentadoras. Este domingo se registraron 510 personas fallecidas, la cifra más baja desde el 23 marzo.
Con el deseo de conocer detalles de lo que allí acontece, desde La Habana, vía internet, conversamos con el médico madrileño.
“A la COVID-19 hay que tomársela muy en serio desde antes de llegar. Aquí, actuamos tarde, a pesar de que tuvimos el ejemplo de Italia, que nos dio unos días de ventaja y no supimos aprovechar”, lamenta el médico español.
“Nos lo tomamos a la ligera y hasta que no lo tuvimos encima no hemos sido conscientes de la verdadera gravedad de la situación y la dimensión tan catastrófica que esta enfermedad tenía. Incluso, después de los primeros contagios —el primer caso confirmado fue en la Gomera el 31 de enero de 2020, y el primer fallecido en Valencia el 13 de febrero—, seguimos sin darle demasiada importancia. Eran casos importados con turistas extranjeros, que pudieron aislarse bien, sin que dieran lugar al brote epidémico”.

Las instalaciones del Palacio de hielo de Madrid se utilizan como morgue. Momento en que miembros de la Unidad Militar de Emergencia acceden al sitio Foto: EFE.
Antes de la COVID-19
Antes de que la COVID-19 fuese una amenaza para su país, Daniel llevaba una vida tranquila. En el Hospital Universitario de Getafe, su horario laboral comprendía de las ocho de la mañana a las tres de la tarde. Rara vez tenía que prolongar el horario. Su carga, reconoce, no era excesiva. La mayor parte del tiempo atendía a pacientes ingresados en la planta de hospitalización. Dos mañanas a la semana, permanecía un rato en la consulta, acompañado por un residente en su período de especialización. Normalmente, hacía pocas guardias, sólo una o dos al mes, salvo en los meses de la epidemia habitual de gripe estacional (de enero a marzo, aproximadamente), período en que los casos podían duplicarse.
La estabilidad en el trabajo le permitía al galeno organizar su tiempo: una hora diaria dedicada al estudio, con frecuencia de tres a cuatro veces semanales asistía al gimnasio, algunas tardes las pasaba con su pareja o amigos, cenaba un día con la familia. Los domingos, invariablemente, jugaba en un equipo de baloncesto y después de los partidos tomaba algo con los colegas.
A partir de la segunda semana de marzo, la vida de este médico 39 años de edad cambió radicalmente. Las jornadas laborales se intensificaron, la vida social se vio limitada del trabajo al hogar y escasamente la compra. El gimnasio fue sustituido por una bici en casa. Y en el Getafe la patología a atender se vio, de forma casi monográfica, a neumonías por la COVID-19. La urgencia por días llegó a tener 200 ingresados, pendientes de que les asignaran cama en la planta de hospitalización, allí permanecieron algunos hasta más de 72 horas, a veces sobre un sofá. En tal panorama la muerte acecha y ataca voraz.
Durante la COVID-19

El 5 de marzo falleció en el Hospital Universitario de Getafe uno de sus trabajadores, la imagen muestra el homenaje que le hicieran en el hospital. Foto: Telemadrid.
El primer caso diagnosticado de COVID-19 en el Hospital Universitario de Getafe ingresó el 5 de marzo. Así lo cuenta Daniel: “A partir de entonces, el crecimiento ha sido exponencial, aunque en abril ha comenzado a reducirse tanto el número de ingresos nuevos como el de pacientes ingresados”.
El galeno, que años atrás hiciera una pasantía en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí en Cuba, fue consciente de la gravedad del problema el martes 10 de marzo, cuando en el hospital ya había varios ingresos por COVID-19.
—¿Cuándo comenzaron a tomar medidas para evitar el contagio?
—A partir de la semana del 16 de marzo. Si bien los primeros casos fueron manejados en habitaciones individuales, porque todavía eran pocos. Pronto estábamos en un ritmo de unos cuarenta ingresos diarios, que después se convirtieron en ochenta y hasta cien, todos por el mismo motivo. Es sorprendente. Los pacientes han dejado de venir al hospital por otras patologías, lo que hace pensar que con tal de no exponerse al riesgo de contagiarse, están sufriendo y pasando en el domicilio enfermedades graves, como infartos o ictus.
“Desde ese lunes 16, se comenzaron a tapiar los controles de enfermería enteros, para meter en ellos a pacientes infectados con COVID-19. Aumentamos las camas. De un total de 530 pacientes, 500 estaban ingresados por esa patología.
“La Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) triplicó sus camas, hasta llegar a tener 61. Porque pararon todas las cirugías, excepto las urgentes, incluidas las oncológicas. Se anularon la mayor parte de las consultas, y las camas de los quirófanos, las reanimaciones de los quirófanos y de las endoscopias pasaron a ser sus camas.
“Allá donde fuera posible conectar un respirador, se han metido camas y, por momentos han sido insuficientes. También Neumología ha abierto muchas camas para ventilación mecánica no invasiva, a la que se han derivado muchos de esos pacientes que no cupieron en la UCI.
“En la urgencia se ha adaptado todo el espacio para la atención de los pacientes COVID-19, y solo se ha dejado una consulta (la de Ginecología) como urgencia general, es decir, las urgencias no respiratorias.
—¿Tienen los suficientes Equipos de Protección Individual (EPIs)?
—Apenas hemos tenido mascarillas FPP2/FPP3, que son las recomendadas, así que lo más habitual ha sido ponernos dos de cirujano, que con esas no hemos tenido problemas. Cuando accedemos a las FPP2, le hemos puesto encima una de cirujano, para protegerlas y poder reutilizarla. Los trajes también se han reutilizado, sobre todo los mejores, algo no recomendable. En Twitter se ha visto gente de mi hospital haciéndose sus propios EPIs con bolsas, pero personalmente no lo he vivido ni lo he visto.
—¿Por qué se expandió tan rápido el virus en Madrid?
—Las medidas de control han llegado tarde. Desde que se produce el contagio hasta que el paciente ingresa pasan de siete a diez días. En el momento que aumentó tanto el número de pacientes ingresados, llevábamos al menos dos semanas de circulación del virus dentro de la Comunidad de Madrid, por lo que era muy difícil de manejar la cantidad de pacientes contagiados.
“Madrid es una ciudad con muchos habitantes y bastante densidad de población, especialmente en las zonas más pobres de la capital, donde los contagios se han multiplicado, porque es gente que vive en casas más pequeñas y con más personas en cada una de ellas.
“Con intención de no parar la economía, no se cerró todo desde el principio (sólo colegios, institutos o universidades, y después algunos centros de trabajo), la cadena de contagios frenó algo, pero no lo suficiente. Sólo cuando se ha cerrado casi todo se está consiguiendo controlar.
—En Cuba el personal de salud que tratan a los contagiados por COVID-19 entra en cuarentena, ¿sucede lo mismo con ustedes?
—No. Sólo los médicos con síntomas están en cuarentena. Al principio también se hizo con los contactos más cercanos, pero después se vio que era inasumible que tantos médicos faltaran al trabajo, si no tenemos fiebre, vamos a trabajar. Si la tenemos, nos hacen la PCR y, si es negativa, trabajamos. Ahora se está decidiendo si para la reincorporación hace falta una PCR negativa o si basta con que transcurra un período de tiempo de cinco a siete días tras la desaparición de los síntomas.
“En casa cada uno lo ha manejado como le ha parecido. Yo vivo solo, así que no tengo problemas al respecto. Algunos de los compañeros que viven con sus parejas e hijos, se han ido de casa, por miedo a contagiarlos, sobre todo aquellos cuyas parejas no trabajan en el mundo sanitario, mientras que otros siguen viviendo con su familia, como habitualmente”.
—¿Cómo han hecho para repartir las cargas laborales?
—En vista del cariz que iban tomando los acontecimientos, y de la necesidad de dedicar casi todos los recursos del hospital a esta enfermedad, se empezó a reclutar a médicos de otras especialidades porque inicialmente estábamos implicados los Geriatras, Neumólogos y nosotros, los Internistas. Los primeros que se sumaron fueron los de Endocrinologías, Digestivo, Neurología, Reumatología… Luego las especialidades quirúrgicas o las no clínicas (Medicina Nuclear, Cirugía General o Torácica, Traumatología), estos últimos más para ayudar en la información a los pacientes que en su atención directa, aunque algunos de ellos también están participando en esto.
“De esta forma, se crearon varios equipos para la atención de los pacientes, y las cargas han vuelto a ser sostenibles. Muchos de nosotros no vemos demasiados pacientes en forma directa, sino que supervisamos a los compañeros de otras especialidades, ya que están poco acostumbrados a lidiar con enfermedades respiratorias”.

Imagen microscópica que revela detalles del virus que tiene en alerta al mundo. Fuente: NIAID-RML.
—¿Qué y quiénes predominan entre los infectados de COVID-19?
—La patología más común es neumonías por la COVID-19. La mayoría de los que atendemos están en el grupo etario entre 50 y 80 años, aunque algunos superan los 90 años o, al contrario, son jóvenes de más de 25.
“En los más ancianos vemos con mucha frecuencia episodios de desorientación y agitación, especialmente entre los que ya tenían algún grado de demencia. Ese comportamiento es frecuente en los abuelos, sobre todo si ya tienen un deterioro cognitivo de base. Ellos se desorienten durante los ingresos, pero ahora, que están completamente aislados, y acompañados de otro paciente en la cama de al lado, sin familiares y con un personal sanitario completamente cubiertos por equipos de protección, les ha sido más frecuente y difícil de controlar.
—¿A qué tratamiento responden mejor los pacientes?
—La sensación es que lo único eficaz son los corticoides –esteroides que se usan por su efecto antiinflamatorio e inmunosupresor– lo utilizamos en el momento que comienza la inflamación y la insuficiencia respiratoria, no desde el principio del cuadro y tampoco a todos los pacientes, solo a aquellos que empiezan a ir mal.
—¿Cuál es el protocolo que se sigue una vez hospitalizados?
—Observación clínica y controles analíticos frecuentes, como a los pacientes de cualquier otra patología, y uso de los fármacos que se vienen recomendando, que en realidad no tiene demostrada su eficacia en esta patología. En caso de empeoramiento progresivo, tenemos algunos tratamientos de rescate o, si lo necesitan, medios para ir aumentando poco a poco la cantidad de oxígeno que les ponemos, hasta que finalmente terminan en la UCI los que van peor, para intubación.
—¿Qué mensaje le darías a los cubanos?
—Que sean responsables. El sistema sanitario cubano es bueno, pero ninguno está preparado para asumir una epidemia de estas características. Lo más importante es la prevención. Sé que Cuba es una potencia en epidemiología y espero que desde el Gobierno sean capaces de controlarla desde el principio, porque luego se hace imparable.
Después de la COVID-19

Daniel, el más bajito, y su mejor amigo Gregorio, tras el partido dominical de baloncesto. Foto: Cortesía del entrevistado.
“Es tremendamente triste y frustrante ver cómo se nos iban los pacientes de las manos y no teníamos medios para darles lo que necesitaban porque la sanidad colapsó”, asegura Daniel, con una experiencia de trece años como médico.
Sin embargo, esta última semana se siente más animado. Porque él y sus compañeros ya son capaces de atender mejor a los pacientes.
Ya mira esperanzado el futuro. “Vamos en la línea de poner fin a la COVID-19, dice, al menos por el momento. Esperemos que a partir de hoy lunes, cuando algunos vuelvan a su trabajo, el regreso se haga progresivamente y con las suficientes medidas como para no tener que volver a pasar por la intensidad con la que lo hemos vivido”.
Le motiva ser el responsable, en su hospital, del ensayo clínico* que la OMS ha puesto en marcha en 82 hospitales del mundo. Este consiste en analizar la eficacia de los fármacos recomendados en esta patología
Daniel añora ver a su gente, a sus sobrinos, amigos. Quiere volver a la calle y abrazar a los suyos, volver a viajar. Piensa en cuando podrá visitar a su amigo en París o ir Mallorca, ambos proyectos pospuestos por la pandemia.
Entre sus planes más inmediatos está irse de vacaciones a la playa. Abrazar a Gregorio, el amigo al que la COVID-19 le arrebató a su padre y conocer a la pequeña Alicia, hija de su amiga Almudena, quien dio a luz en días de confinamiento…
(*) El ensayo clínico cuenta de cinco tratamientos que se aplican de diez a quince días, tiempo en que se analizan los resultados de mortalidad, ingreso en UCI o días hasta el alta.
Los tratamientos son:
- Solo tratamiento sintomático
- Tratamiento sintomático más lopinavir/ritonavir.
- Tratamiento sintomático más Hidroxicloroquin,
- Tratamiento sintomático más Remdesivir .
- Tratamiento sintomático más lopinavir/ritonavir e interferón beta (el cubano).
Tomado de Cubadebate
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