Por Yusuam Palacios Ortega
Llegar a Cuba e incorporarse a la gesta libertaria por él organizada era el propósito. Alcanzar la independencia para luego edificar la República, esa que sería con todos, y para el bien de todos, constituía un objetivo primordial para José Martí, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y el alma de aquella contienda revolucionaria. Había que pisar tierra cubana, besarla y sentirla con todos los sentidos posibles. Difícil desafío por las hostiles circunstancias del momento histórico, la persecución a la que era sometido Martí, ya el levantamiento había iniciado y los principales jefes no se encontraban en la Isla, e incluso hasta los problemas personales de Martí (cómo habrá sido para él enrumbarse desde Cabo Haitiano a Playita de Cajobabo, primero, y hasta Dos Ríos después).
Un hombre con tantas dolencias físicas y del espíritu, ¿cómo podía resistir?, ¿dónde estaban esas fuerzas que se ocultaban tras su constitución física? Era Martí y sencillamente para él la patria era agonía y deber, y el verdadero hombre no miraba de qué lado se vivía mejor sino de qué lado estaba el deber. Tenía un carácter entero fraguado en los días terribles de presidio, de trabajos forzados en las canteras. ¡A la Patria! era el llamado de su conciencia. Cuba lo convidaba a luchar, y así tenía que ser, porque estamos hablando de un hombre cuya ética y vocación de justicia lo elevaban sobre lo común de la naturaleza humana. Y cuando, llegó la hora, después de tantas vicisitudes, a su lado el Generalísimo Máximo Gómez y otros cuatro expedicionarios valerosos, ocurre el desembarco aquel 11 de abril de 1895.
Una playita de piedras lo esperaba, su tierra lo aclamaba, Cuba le abría sus brazos y lo conectaba con el alma de la patria. Imaginemos qué sintió Martí al llegar, cuánto encierra esa frase de breves, pero profundas palabras que brotaron de sus enardecidos labios. Aquel “Salto, dicha grande” señaló el camino, ya se respiraba Patria, se sentía su olor, se escuchaban sus lamentos, se avizoraban momentos de heroicidad. Era decisivo, la suerte estaba echada y pronto debía estar completamente vencida. Y Martí saltó y tuvo que haber sentido una felicidad conmovedora, fue una especie de estímulo, como una fuerza natural que te levanta y creces.
Se han cumplido 125 años del desembarco y es como si todos los días lo hiciéramos nosotros también, para cuidar la Patria, defender la Revolución y garantizar el Socialismo cubano; con el mismo espíritu, desembarcamos y nos alistamos en esta batalla que libramos por la vida (hoy bajo el asedio de una pandemia, todos los días en el enfrentamiento a posturas indignas, calumniosas y execrables del gigante de las siete leguas que siempre ha pretendido ponernos la bota encima). Es grande nuestra dicha, haber nacido en Cuba, vivir en tiempos de Revolución, ser parte de una cotidianidad muy exigente, de una realidad muy desafiante, ser cubano y empujar, como dijo el poeta, el país. Un empuje de amor, solidaridad y sacrificio.
Y sí, un empuje de sacrificios; porque la Patria los necesita, ella es ara y no pedestal, aprendimos del Maestro; se le sirve pero no la tomamos para servirnos de ella. Nuestro “Salto, dicha grande” hoy significa que no dejamos morir las ideas de Martí y Fidel, que no abandonamos nuestra lealtad reflexiva y ponemos nuestras fuerzas intelectivas, productivas y emotivas al servicio de una obra, de poner en práctica el programa, al decir de Julio Antonio Mella, ultrademocrático de Martí. Es dicha grande tener el legado del Apóstol, igual lo es haber coincidido en tiempo histórico con Fidel, y hoy, después de su partida física hacia la inmortalidad, actuar movido por su legado profundamente humanista. Es dicha grande seguir siendo antimperialista, ese es también el legado de Martí y Fidel.
Salto, dicha grande por la Patria. Esta es como expresara en La República española ante la Revolución Cubana, en 1873:
… comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.
Y si en algún momento hemos sentido la aludida fusión, el que hoy vivimos es uno de ellos, cuando enfrentamos una pandemia sin precedentes que golpea en extremo a la humanidad, y al mismo tiempo, como para agravar más la situación, tener que lidiar con el despiadado imperialismo yanqui, que hace cualquier cosa para destruirnos. Pero, a pesar de la agresión económica, del genocida bloqueo, de las políticas subversivas, de la creciente hostilidad; lo cubano prevalece, se yergue victorioso, se da esa fusión dulcísima de amores y esperanzas.
Amores que protegen la espiritualidad de la nación, que día a día coexisten en un espacio común: las vidas de los cubanos; esperanzas que se alimentan con el trabajo creador de los hijos de esta tierra, con la resistencia fraguada en tantos años de lucha por la igualdad y justicia social de los cubanos, con el legado de nuestros padres, paradigmas del ideal independentista y emancipatorio. Amores que nos mantienen vivos, vitales, viviendo una Revolución cuyo epicentro es el ser humano y su bienestar; esperanzas que son, y pienso en un hombre digno como Raúl, la muestra más fehaciente de la fe inquebrantable en la victoria, en esa profunda convicción de que sí se pudo, sí se puede y sí se podrá.
Dicha grande porque nuestro Estado es socialista de derecho y de justicia social, porque militamos por ella y hacemos Cuba bajo la premisa que la Revolución cubana es y será de los humildes, por los humildes y para los humildes. Dicha grande porque proclamamos hace un año la nueva Constitución que, como referí en un texto dedicado al aniversario 150 de la Constitución de Guáimaro,
define la prevalencia de principios que sostienen a la nación, como el carácter socialista de nuestro sistema político, y que contiene preceptos referidos al ordenamiento de los órganos del Poder Popular, el sistema económico en Cuba, así como el catálogo de derechos, deberes y garantías, que se ha enriquecido con una mejor regulación a tono con la actualidad. A estos elementos súmesele el reconocimiento de la dignidad humana como valor supremo y la ratificación de la aspiración comunista que nos arma ideológicamente en el enfrentamiento al capitalismo y su forma más criminal: el imperialismo.
Dicha grande porque tenemos un único Partido heredero de las tradiciones de lucha de nuestro pueblo, es fuerza dirigente que guía la construcción socialista y libera a Cuba de la desunión de sus fuerzas, protege al pueblo ante amenazas y desvaríos, no es electoral y garantiza los fines de una obra extraordinaria que es ejemplo para el mundo.
Dicha grande porque nuestras vidas son salvadas todos los días, y no sólo las nuestras, también las de decenas de miles de personas en el mundo, esas que han padecido y son víctimas de políticas burdas, discriminatorias, xenófobas, desiguales, que protegen el capital e intereses de los ricos (los menos) y por consiguiente, dejan en total desamparo a los pobres de la tierra. Dicha grande porque, como Martí, con los pobres de la tierra hemos echado nuestra suerte, porque Cuba ha extendido por el mundo la solidaridad y el internacionalismo. Y si nuestras vidas son salvadas ello es gracias al humanista sistema de salud que tenemos, fruto de la Revolución.
Ahí están ellos, nuestros médicos, baluartes de amor y esperanza, titanes de la vocación de servicio, ángeles que tocan a los enfermos y los devuelven a la vida. Cuba protege la salud de sus hijos que son también los seres humanos de cualquier parte del mundo (qué heroicidad la del personal de la salud que hoy enfrenta la pandemia COVID19). Dicha grande porque no hay proa que taje una nube de ideas; y en Cuba sembramos ideas y conciencia como nos pidió Fidel. Son esas ideas las que hacen posible el pleno ejercicio de los derechos humanos en nuestro país. Dicha grande porque se puso en práctica, desde el triunfo de la Revolución, la convicción del Che Guevara:
Vale pero millones de veces más la vida de un solo ser humano que todas las propiedades del hombre más rico de la Tierra.
Por eso aplaudimos todos los días a la hora del cañonazo, por la vida, por la felicidad de vivir en Cuba, por la confianza en nuestros líderes, por la consagración cotidiana y la solidaridad militante. Vengan los aplausos de millones que a pesar del aislamiento social necesario para controlar y enfrentar la COVID19, nosotros, los cubanos, no nos aislamos ni en circunstancias tan dramáticas. Estamos más cerca unos de otros de lo que pudiéramos imaginar. Esa es Cuba, tierra bañada de amor, que luce su mejor atuendo, el que lleva en sí misma: la unidad de nuestro pueblo; tierra solidaria que canta a lo bello desde los balcones, a través de las redes sociales, incluso con nasobuco. Un misterio la acompaña, la protege, es una mística presencia que alumbra el porvenir desde los desafíos de la hora actual y hace posible que, al desembarcar, exclamemos llenos de optimismo y aliento revolucionario: Salto, dicha grande.
Tomado del Moviemiento Juvenil Martiano
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