
Con motivo del aniversario 20 del regreso del niño Elián González Brotons a su Patria, recogimos algunos testimonios de dos compañeros que tuvieron participación en distintas acciones de aquella batalla: el reverendo Odén Marichal, diputado de la Asamblea Nacional, y Tubal Páez, director de Comunicación Social del parlamento cubano.
Desde adentro: a 20 años de una batalla ética
Por Odén Marichal Rodríguez
De acuerdo con la opinión del Administrador de la Sala de Prensa del aeropuerto internacional John F. Kennedy de Nueva York, la conferencia de prensa ofrecida el miércoles 19 de enero de 2000 por las abuelas de Elián: Mariela y Raquel [esta última fallecida ya] a su llegada a esa ciudad, concurrió un mayor número de periodistas, camarógrafos y fotógrafos que a la conferencia ofrecida por los Beatles en el mismo lugar, el viernes 7 de febrero de 1964, los que fueron calculados en “cerca de doscientos”, y así registrada y recordada como la conferencia de prensa más numerosa que hubiera tenido lugar allí, hasta que llegaron “las abuelas”.
La conferencia comenzó casi en un completo e incontrolable desorden, donde cada uno de los presentes deseaba la mejor posición, el mejor ángulo para la primera foto y la primera pregunta. Era tanta la algarabía que amenazaba con su suspensión. Pero, de repente, alguien vino al frente y, a voz en cuello, espetó una amenaza creíble, si se tiene en consideración que era el Administrador de la Sala de Prensa y que se hacía acompañar por un numeroso personal de seguridad:
―¡O se callan y se organizan, o desalojo la sala!
En La Habana con Fidel
Varias horas antes, Mariela, Raquel y yo, nos habíamos reunido con Fidel en la Sala de Protocolo de la Terminal Nº 1 del aeropuerto José Martí en La Habana, a donde él había ido a despedirnos. Fue en un ambiente sosegado ―por su sencillez, fue casi patriarcal―, donde percibimos, además del cariño, la profunda convicción y confianza en que se alcanzaría el propósito de la misión, que no era una bicoca: desmontar la campaña contra Elián y su familia cercana en Cuba, con el propósito de mantener el vil secuestro del niño.
Fidel habló en voz baja, no dio orientaciones, mucho menos órdenes, sino que dijo cosas así: “…ustedes [las abuelas] saben qué hacer y qué decir… cuídense mucho… todo el pueblo está con ustedes… allá tenemos muchos amigos…”. Más bien, su rostro reflejaba el conocimiento de la enorme complejidad de la tarea que se disponían realizar estas valientes mujeres: ganar la opinión pública estadounidense en favor del regreso de Elián.
¿Quién va a hablar aquí?
El pequeño avión ejecutivo de ocho plazas que nos llevó de La Habana a Nueva York, aparcó en un lugar cercano a una de las salas de protocolo donde, en minutos, se cumplieron de manera expedita todos los trámites de inmigración y aduana.
El invierno del año 2000 fue severo en el nordeste de Estados Unidos. Desde 1952 ―nos contaron―, no había habido tanta nieve ni tanto frío en Nueva York y Washington D.C.
El tramo que nos separaba de la puerta de entrada no era más de 40 metros, pero parecieron 150; Mariela y Raquel no caminaban, sino que temblaban y saltaban. Al traspasar la puerta ―cada puerta tenía su sorpresa― que conducía a las salas, la temperatura era agradable. Tomé un té; ellas no. Al entrar a la Sala de Conferencias, donde reinaba el bullicio, el caos y el desorden debido a la puja por vencer obstáculos y dificultades para conseguir un mejor lugar entre una gran concurrencia donde se apretaban unos con otros. Realmente era para preocuparse. Mariela me tomó del brazo e inquisitivamente, dijo, denotando curiosidad:
―“¿Quién va a hablar aquí?”
La respuesta era evidente:
―“¡Ustedes dos, por supuesto!”
La reacción también era de esperarse para dos abuelas que por primera vez salían del país y que nunca habían concedido una conferencia de prensa, no sabían el idioma y la atmósfera, aunque no era hostil, era confusa.
―“¡Y usted, ¿no va a hablar?!”
―“No; pero estaré junto a ustedes”.
Y así fue. Nadie del Consejo Nacional de Iglesias de Cristo de Estados Unidos, que había solicitado la conferencia de prensa ―ni yo― hablamos. Ellas fueron las protagonistas y las que convencieron a todos los presentes, desde el mismo inicio de la batalla neoyorquina, de la legitimidad de su reclamo por justicia y, como les había señalado Fidel: “Ustedes saben qué hacer y qué decir.”
Aquella conferencia fue la puerta de entrada a la batalla por el regreso de Elián dentro de los propios Estados Unidos: dos amorosas abuelas que habían llegado desde Cuba a reclamar el derecho de familia a cuidar de uno de sus miembros pequeñitos, en un ambiente social adverso.
Lo excepcional fue que lograron variar mayoritariamente el estado de opinión en la comunidad afroamericana y la estadounidense blanca; incluso el de las últimas generaciones de emigrados cubanos que habían llegado a Miami. Ciertamente, los dirigentes del Consejo Nacional de Iglesias de Cristo y sus empleados de comunicaciones, hicieron un excelente trabajo.
Lo inesperado

El domingo 23 de enero, a las 9 de la mañana, asistí a la misa de la catedral episcopal de San Juan El Teólogo, situada en el 1047 de Amsterdam Avenue, en Manhattan, Nueva York, cercana al apartamento que era de la reverenda doctora J. B. Campbell. El templo es enorme, sus dimensiones compiten con la catedral anglicana de Liverpool en Reino Unido, la más grande catedral anglicana del mundo; y de todas las cristianas es la cuarta más grande del planeta: ¡nunca –bueno: casi nunca– se llena!
Pues aquel domingo fui a la misa de la catedral de San Juan el Teólogo. Me asomé a la puerta principal y vi un “pequeño grupo” –unas 400 o 450 personas–, reunido en la sección de la nave más cercana al altar [nave, transepto, coro y, al final, el altar]; el resto estaba vacío. Al asomarme –no había comenzado la misa–, se me acercó un ujier, le dije quién era y qué hacía en Nueva York, y me condujo por aquella larga nave, y me presentó como el “cura” del “niño cubano” emocionado porque fuera un episcopal, y después de la misa muchos se quedaron para oír la “historia de Elián” – hoy se entera Elián de que tuvo un “cura episcopal”.
Cuando conté esta historia a amigos episcopales de Nueva York no querían creer que eso hubiera sucedido, porque son muy estrictos en permitir que a alguien que llegara a la famosa catedral en plena misa le dejaran hablar al público presente.
¿Por qué esta anécdota?
En primer lugar, porque en términos favorables cuando regresamos de Estados Unidos, conocimos que la aprobación allí por el regreso de Elián al seno de su familia en Cuba era:
Más del 90 % de la población afroamericana;
Cerca del 80 % de la población anglo sajona; y
El 56 % de la emigración cubana.
En segundo lugar, porque el Congreso de Estados Unidos discutía estrategias para recuperar a los menores estadounidenses secuestrados por parte de sus padres extranjeros; según señalaron algunos congresistas alrededor de 20 mil niños estadounidenses estaban secuestrados por sus padres y llevados a los países de origen de estos bajo la misma tesis de que allá tendrían una mejor vida en una cultura religiosa, aunque no cristiana, más ética y más sana, según ellos.
En ese contexto, las abuelas se portaron como se esperaba de auténticas abuelas cubanas. En las entrañas del propio monstruo, hicieron lo inimaginable: ganaron los medios, sensibilizaron la opinión pública estadounidense, demostraron ser parte de una familia amorosa; denunciaron la injusticia; abrieron el camino para que Juan Miguel fuera, con seguridad, con su familia cercana al epicentro de la batalla y regresara, triunfante, con su hijos en brazos, para confundirse en un fuerte abrazo con toda la familia, con el pueblo y con Fidel que nunca abandonó a nadie. El que conozca el poder de los medios de comunicación capitalistas, concordará conmigo en que fue una valiente hazaña.
Maldición de burro no llega al cielo

Cuando en Washington, el 28 de junio del 2000, despegaba el vuelo hacia La Habana con la preciosa carga familiar y el aparato se alzaba rumbo a cielos de libertad, una histérica e infeliz mujer en Miami, cargada de fundamentalismo religioso, alzando las manos a las nubes –porque no pudo haber sido al cielo–, con rabia y odio, inútilmente rogó a su ídolo, diciendo: “¡Señor, tumba ese avión!”
Pero ya los pioneros esperaban en un saloncito del aeropuerto internacional José Martí, rebosantes de alegría y festejando, porque estaban a minutos de recibir al avión que nadie tumbó, donde venía su compañerito de clases y de esperanzas.
No hubo mejor escuela que la propia batalla
Por Tubal Páez Hernández

La lucha nacional por el regreso de Elián consistió en una movilización de masas, que por su amplitud, intensidad y proyecciones no tuvo antecedentes en la práctica revolucionaria cubana. Toda la estructura social se articuló para reclamar el respeto a los derechos de un padre y exigir la integridad física y mental del menor secuestrado. La experiencia en el combate de ideas se incrementó como en ningún otro momento. “No hubo jamás mejor escuela que la propia batalla”, resumiría un editorial de Granma.
En esa contienda aporté un granito de arena en las tribunas abiertas y en las mesas redondas informativas, en mi condición de periodista, presidente de la UPEC y diputado, teniendo siempre presente que aquella lucha iba poniendo al descubierto el talento, la cultura y la conciencia revolucionaria de millones de personas de todos los sectores y territorios del país.
Me enorgullezco del papel desempeñado por los medios de comunicación y sus periodistas, y de los diputados de la Asamblea Nacional, que tanto tuvieron que ver con simpatía y solidaridad que el niño y su papá generaron en la opinión pública mundial.
No era de extrañar entonces la carga preciosa de amor y patriotismo en millones de cubanos al conocer que el niño fue el fruto de la insistencia de una pareja por traerlo al mundo, y constatar que su secuestro en Miami era una aberración contra natura cargada de odio, fanatismo y desamor a su tierra por parte de los residuos anexionistas de la emigración radicada en Estados Unidos.
Esos sectores se jugaron todo a la carta de apoderarse del menor, dilatar su entrega, entorpecer el proceso en los tribunales y disponer de más tiempo para consumar el propósito de enajenar y destruir la mente de un niño de seis años, con largas sesiones de crueldad sicológica, exhibiéndolo como un trofeo en desfiles callejeros, mítines politiqueros o en los medios de prensa de la derecha local, donde paralelamente tenía eco una lluvia de mentiras fabricadas para mancillar a Cuba y desautorizar a Juan Miguel.
Tribuna abierta sobre las nubes de Estados Unidos
Un bulo de ese tipo fue la decisión del Departamento de Estado de expulsar al vicecónsul cubano José Imperatori, por su supuesta vinculación en un caso de espionaje en Estados Unidos; pero el diplomático para salvar la moral de su gobierno no solo rechazó la falacia, sino que anunció la renuncia a su cargo en la Oficina de Intereses en Washington y con ello a su inmunidad diplomática, optó por permanecer en territorio estadounidense para enfrentar la acusación, y se declaró en huelga de hambre; pero las autoridades lo detuvieron y enviaron por la fuerza Canadá.
Para traerlo a nuestro país, una nave de Cubana voló a Otawa con representantes de las organizaciones que participaban en la lucha por el regreso de Elián. Llevábamos abrigos gruesos, pero no nos permitieron desembarcar. Cuando el diplomático subió a bordo sus compatriotas le dieron un recibimiento con efusivos abrazos y saludos. Una vez estabilizado el avión, por el micrófono de la cabina, hablamos los pasajeros. Fue una tribuna distinta: “La más alta de todas”, dijo alguien; pero lo mejor sucedió cuando la nave sobrevoló La Florida. Todas las consignas repetidas en los lejanos rincones de Cuba se corearon con tanta fuerza como deseos de que los autores del plagio las escucharan abajo.
Advertencia de Martí.
La victoria del regreso de Elián fue más trascedente porque se logró en el peor de los escenarios y en el peor momento. La República Bananera de la Florida, donde los tribunales, las autoridades y los medios, respondían a la derecha mafiosa cubano-americana no era el lugar con mínimas garantías para dirimir un caso a favor de Cuba por muy justo y humano que fuera; y coincidía en el tiempo, además, con la campaña para la elección presidencial, en un estado tradicionalmente decisivo en la disputa, como se demostraría después. En ese proceso se evidenció la realidad de ese país que, al decir de Martí al respecto, era “…señor en apariencia de todos los pueblos de la tierra y en realidad esclavo de todas las pasiones de orden bajo que perturban y pervierten a los demás pueblos”.
El día que Fidel conversó con Elpidio Valdés

De las Marchas Combatientes, todas con gran organización a pesar de su masividad y urgente convocatoria, una de las más impresionantes fue la de decenas de miles de mujeres, encabezadas por madres gestantes o con sus hijos pequeños de la mano, exigiendo indignadas la devolución de Elián con la imagen del niño en alto ante la Oficina de Intereses junto al Malecón habanero. Ver y oír aquel reclamo conmovía sobremanera. Recuerdo como un camarógrafo de televisión de un canal estadounidense no podía contener las lágrimas por lo que estaba enfocando a través del lente.
Los niños hicieron de la causa de Elián una entusiasta fiesta solidaria de creatividad y entusiasmo permanente en todas las escuelas. En una ocasión, una marcha combativa y tribuna abierta de 150 mil niños y adolescentes de cuarto a décimo grados se suspendió a último momento a causa de un mal tiempo con el consiguiente disgusto de algunos escolares. Entonces Fidel escribió un mensaje a los niños: “El agua nos hizo una trampa”, les dijo y agregó: “La tormenta que venía de Matanzas por la costa norte no solo traía agua, sino también tempestades eléctricas. Elpidio Valdés dio la orden: “¡Todos a casa! ¡Nos vemos el lunes!”.
Después, el máximo líder de la Revolución les dijo saber que los de segundo y tercer grados estaban inconsolables porque casi todos habían sido excluidos, les orientó pedir permiso a sus padres y les comunicó que 10 mil de esos grados se adicionarían a la marcha. “Todo cuanto digo en este mensaje, les aclaró Fidel, lo conversé con nuestro amigo Elpidio, que está totalmente de acuerdo”.
Ni un minuto descansó el Comandante en Jefe

Tras casi cinco meses en poder de sus captores el niño fue rescatado y entregado a su padre, quien ya se encontraba en Estados Unidos, en espera de un proceso legal en tribunales; a partir de entonces Elián comenzaría una etapa de adaptabilidad a la vida acompañado por su papá, su nueva mamá y su hermanito, un primo, cuatro compañeritos de su curso, tres madres, un padre, su maestra y una doctora.
Para Fidel era de principio que el pequeño, además de recuperarse sicológicamente, no se atrasara en sus estudios, mas puso especial atención también en los demás escolares de su aula que viajaron desde Cuba. En una conversación donde yo estaba presente, Fidel evidenció saber cuáles de aquellos niños se sabían acordonar los zapatos, los que solían levantarse a orinar o tomar agua de madrugada, y otros muchos detalles y características de cada uno.
No nos detendremos

Luego de 20 años de aquella batalla, si alguna diferencia tiene la política agresiva de los Estados Unidos contra Cuba es que el extremismo intolerante y radicado en un sector del sur de La Florida se ha instalado ahora en el cuartel general del imperio, desde donde parten exigencias irracionales y medidas crueles que se adoptan con el objetivo de causar sufrimiento a las familias cubanas como vía para lograr el imposible de poner de rodillas a nuestro pueblo.
Fidel en un mensaje a los manzanilleros a principios de julio del 2000 dibujaría el futuro: “Nuestra lucha, sin tregua ni descanso, se reanuda vigorosamente para entrar en una nueva y prolongada frase. No somos un pueblo que se detenga a saborear el placer de las victorias ni a vanagloriarse de sus éxitos. Con la experiencia adquirida, no nos detendremos hasta que todos y cada uno de los justos objetivos que juramos en Baraguá hayan sido alcanzados”.
Tomado de Parlamento Cubano
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