
Por Antonio Rodríguez Salvador
Leerlo duele: Estados Unidos supera las 130 000 muertes por COVID-19. Los medios destacan la noticia en letras altas, reseñan con desapego estadístico; pero, tras esos números, yo no consigo identificarme con el frío dato ni con la impasible infografía; veo sueños truncos, familias que sufren. Siento en mí el vacío que hoy se vive en muchos hogares.
Quizá porque la memoria es un misterio, de pronto recuerdo, sin vivirlo, aquel cielo tachonado de estrellas que, tumbado en el suelo, cierta vez admiró Huckleberry Finn por magia de Mark Twain. Pienso en lo irrepetible de la vida, en la pequeñez humana.
Por Twain empecé a querer a los Estados Unidos: quiero decir, a la gente llana y voluntariosa de ese pueblo que muy bien consigo diferenciar del monstruo imperial que nos desprecia. Así, alguna vez yo también fui Tom Sawyer, y navegué por el Missisipi, y me vi entre los campos de algodón, cuando el sudor mojaba las espaldas púrpuras.
Quizá también por eso yo, guajiro de monte adentro, a la par del son, y la décima, y el punto cubano, aprendí a amar el foxtrot y el jazz y el rock sureño, y a sentir cercanos a aquellos que John Fogerty, en su canción Proud Mary, llama «la gente muy solidaria del río».
Cómo se llegó a tal desastre. Ciertamente, el manejo de la epidemia no pudo ser peor: ¡Cuánta irresponsabilidad por parte del presidente Donald Trump! Ahora podemos hacer un inventario de sus torpezas; recordar, por ejemplo, la banalización del peligro, la tardanza en tomar medidas de contención, la furibunda prisa por reabrir la economía…
Pero, ¿solo se trata de Trump? Con apenas 18 años, y sin aún conocer los Estados Unidos, Martí escribió: «Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!».
Mientras escribo, a mi pc llegan otras noticias y otras estadísticas que dan fe de lo avisado por Martí. Según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, citado por The Time, en ese país los negros tienen tres veces más probabilidad de infectarse con el coronavirus que los blancos, y dos veces más probabilidad de morir.
Algunos ejemplos: En Nueva Jersey, en el condado de Ocean, se registran 140 casos por cada 10 000 personas entre la población negra, frente a los 78 entre la blanca. En Alabama, son 136 casos por cada 10 000 en la comunidad negra, frente a 44 de la blanca: ¡tres veces más! En Misisipi, en el pequeño condado de Yalobusha, la población negra registró siete veces más casos de infección que la blanca.
«Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento», también nos dijo Martí en aquellos apuntes juveniles; pero hoy yo recuerdo el sentimiento en la letra de Blues Man (hombre tristeza), una canción de bb King, ese mito de la música negra del Misisipi: «Yo he viajado muchas millas, parece que todo el mundo quiere menospreciarme porque soy un bluesman; pero soy un buen hombre, entiendan. Fui a la estación del autobús y miré en la pared: mi dinero era demasiado poco, gente, no podría ir a ningún lugar. Soy un bluesman, pero un buen hombre. Entiendan».
Tomado de Granma
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