
Por José LLamos Camejo
Asesinados en la primavera de su existencia decenas de hermanos; «desamparada la patria y envilecida la justicia»; herido en lo más hondo él: «pero no quiero que la ira me ciegue, porque necesito toda la claridad de mi mente y la serenidad del corazón destrozado, para exponer los hechos tal como ocurrieron».
La denuncia de la barbarie aguardaba por una voz, clara, firme, y –para infelicidad del tirano– demasiado elocuente. La monstruosidad estaba a punto de abandonar el silencio; el monstruo a un paso de ser desenmascarado. «¿Cómo mantener todas sus falsas acusaciones?, ¿cómo impedir que se supiera lo que en realidad había ocurrido?».
El cómo no era importaría para la dictadura; lo importante era el silencio del líder rebelde; e intentaron las falsedades. Que si estaba enfermo; que si tramaba una fuga… Mentira, tras mentira, y Fidel todas las destruyó, una por una.
Así el 16 de octubre de 1953 el abogado de 26 años asumió su propia defensa ante al tribunal que lo juzgaba por los sucesos del 26 de julio. Fidel develó la trama: un juicio que «por voluntad de los que mandan y debilidad de los que juzgan», tenía lugar en el Hospital Civil de Santiago de Cuba, «para ser juzgado en sigilo, de modo que no se me oiga, que mi voz se apague y nadie se entere de lo que voy a decir».
«No es conveniente, os lo advierto, que se imparta justicia desde el cuarto de un hospital rodeado de centinelas con bayonetas caladas; pudiera pensar la ciudadanía que nuestra justicia está enferma… y está presa».
Expuso el programa del Moncada, denunció la brutalidad de la dictadura, en cuyas manos «pereció lo mejor de Cuba», dijo y reivindicó el valor de los inmolados. «Les trituraron los testículos y les arrancaron los ojos, pero ninguno claudicó, ni se oyó un lamento ni una súplica: los habían privado de sus órganos viriles, y seguían siendo mil veces más hombres que sus verdugos».
Algún monstruo ha de ver aterrorizado la terquedad de esta isla, calumniada, agredida, unida, que resiste todo agresiones, sin súplicas ni lamentos. Frente a cada intento de castración se yerguen la mente clara, el corazón sereno, la virilidad de un pueblo, absuelto ya por la historia.
Tomado de Granma
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