
Por Karima Oliva Bello
Desde el 25 de noviembre y hasta el 10 de diciembre, se celebran en Cuba días de activismo por la no violencia hacia mujeres y niñas.
En este contexto, Granma dialogó con Claudia Korol, periodista argentina, educadora popular, feminista, marxista y anticolonialista, quien participa en Feministas de Abya Yala, y es coordinadora y autora de valiosos libros sobre el tema.
–¿Qué caracteriza a las violencias de género en la región y cuál es su relación con las violencias estructurales del capitalismo que también afectan a amplios sectores de mujeres?
–Las violencias de género son mecanismos estructurales que reproducen el sistema de opresión patriarcal –la dominación de los varones sobre las vidas y los cuerpos de mujeres y disidencias sexuales–.
«El patriarcado en Nuestra América tiene íntimos lazos con el sistema de explotación capitalista, imperialista y colonialista. Las feministas comunitarias han dado cuenta del modo en que el patriarcado occidental, establecido a sangre y fuego con la conquista y colonización, reforzó el patriarcado existente en las comunidades originarias. El colonialismo, la esclavitud, la servidumbre, han sido sellados en el Abya Yala con la violencia sexual, volviendo los cuerpos de las mujeres trofeos de guerra.
«Las violencias fueron cambiando en sus expresiones, pero continúan hasta nuestros días. Tienen su máxima manifestación en los feminicidios, es decir, en el asesinato de las mujeres por su condición de mujeres, pero abarcan un amplio arco de violencias que los anteceden y justifican. El patriarcado es un sistema de dominación que antecede al capitalismo, pero que se ha agravado al conjugarse con este, debido a que la división sexual del trabajo ha incrementado la enajenación de las mujeres, la superexplotación y la precarización laboral, el trabajo invisible que se realiza cotidianamente en los hogares, así como las muchas tareas comunitarias que recaen, principalmente, sobre las mujeres, al mismo tiempo que se generan brechas de diferenciación en la retribución económica del trabajo en relación con los varones, la intensidad de las tareas de cuidado, las dificultades para el acceso a la vivienda, la salud, la educación, el trabajo. Todos estos factores se agravaron durante la pandemia.
«También se agravó la situación en los territorios indígenas y campesinos, habitados por comunidades que defienden los bienes comunes, la naturaleza, el ambiente, debido a las políticas de saqueo, contaminación y destrucción llevadas adelante por las transnacionales, y por empresas locales. Las mujeres están en la primera línea de la defensa de los territorios. Por eso se descargan sobre ellas todo tipo de violencias, amenazas, intimidaciones, desprestigio, chantajes, y si no se pueden doblegar, el sistema acude al crimen, al feminicidio político, como lo hemos visto en los casos de Berta Cáceres (Honduras, lideresa del Copinh, asesinada en 2016), Macarena Valdés (Chile, asesinada en 2016), Marielle Franco (Brasil, asesinada en 2018) y Cristina Bautista (Colombia, asesinada en 2019), entre muchas defensoras de tierras y territorios, muertas, amenazadas, presas.
«Las mujeres campesinas se enfrentan a la violencia que significa la falta de acceso a la tierra, y la falta de crédito –que en un porcentaje altísimo se entrega a los hombres–. Las mujeres indígenas sufren desalojos de sus territorios, y son empujadas a migraciones…
«Las cárceles de mujeres en nuestros países están llenas de mujeres y disidencias sexuales emprobecidas que han sido castigadas con la pérdida de la libertad. La penalización de la pobreza es el complemento perfecto de las políticas estructurales del patriarcado capitalista y colonial. Mujeres migrantes obligadas por la desesperación al traslado dentro de sus cuerpos de estupefacientes, a riesgo de sus propias vidas, se hacinan en las cárceles, donde nunca encontramos a algún jefe del narcotráfico. La criminalización de la pobreza tiene también otros rostros, como el encarcelamiento de mujeres que se arriesgan a abortos clandestinos, porque en muchos de nuestros países no hemos logrado todavía su legalización, mientras las mujeres con dinero abortan en clínicas privadas.
«En definitiva, el conjunto de violencias coloca a las mujeres –y a las disidencias sexuales– en condiciones de extrema vulnerabilidad y de escasas posibilidades de ejercicio de derechos básicos, como la alimentación, la vivienda, la salud, la vida. En el contexto del capitalismo todos los derechos, y todas las dimensiones de la vida –el agua, la tierra, los ríos, los lagos, las semillas– se han vuelto mercancías y en consecuencia, resultan en muchos casos inaccesibles para los pueblos».
–El feminismo no es un bloque homogéneo. ¿Qué distingue a los feminismos anticapitalistas, anticoloniales, antisistema, de los pueblos, en su lucha?
–Para los feminismos populares, indígenas, comunitarios, negros, afrodescendientes, villeros, migrantes, de trabajadoras, la lucha contra la violencia de género no puede resolverse solamente con un sistema de alertas o de refugios, que omitan la necesidad de transformaciones estructurales que aseguren a las mujeres del pueblo, y a las disidencias del héteropatriarcado, todos los derechos. Si bien estos mecanismos pueden ser transitoriamente necesarios, no resuelven el problema de fondo. Los feminismos liberales proponen un sálvese quien pueda.
«Desde los feminismos populares, entendemos que no hay salidas individuales. Necesitamos fortalecer las salidas colectivas, comunitarias, solidarias, las redes de poder feminista y popular, para ir encontrando alternativas concretas a las violencias.
«En síntesis, hay una gran diferencia entre los feminismos populares y los feminismos liberales: los primeros entienden que no hay solución real a las violencias que sufrimos como mujeres y como pueblos, sin revoluciones anticapitalistas, anticoloniales, antipatriarcales, antimperialistas, feministas y socialistas; los segundos están disputando una cuota de poder dentro del sistema de opresión. De ese modo sus logros se vuelven privilegios que oprimen a otras mujeres, o que se desinteresan de sus dolores, de sus luchas, de sus esfuerzos de sobrevivencia».
–Existen organizaciones que, como la Open Society, financian líderes, proyectos para capitalizar la lucha por los derechos de las mujeres en función de una agenda política conveniente a los intereses de ee. uu. ¿Cuáles consideras que son las mayores fortalezas y los desafíos que tenemos por delante en ese sentido?
–Las feministas populares rechazamos aquellas organizaciones como la Open Society o la Fundación Rockefeller, y a «líderes» que se disfrazan de benefactores –como George Soros–, porque los conocemos como actores de políticas norteamericanas que buscan la manipulación de un activismo liberal, preferentemente joven, de sectores que enarbolan el discurso de la libertad, en oposición a las luchas colectivas de los pueblos. Realmente no es nuevo ni nos sorprenden sus modos de actuar.
«Sabemos que estos magnates financian activismos para desestabilizar revoluciones como en Cuba, y que tratan de disfrazarlos de “acciones humanitarias”, tras las banderas de los derechos humanos, y ahora de las luchas feministas o ecologistas. Es un dinero invertido en la contrarrevolución, que busca “desprenderse” de sus sectores más rancios, para embanderarse con los colores pálidos de la posmodernidad. Se trata del intento de colonización de las subjetividades, y especialmente de la manipulación de quienes irrumpen en la lucha política sin memoria de experiencias anteriores. El acceso a las redes sociales, su inmediatez, su impunidad, facilitan estos modos de intervención.
«En nuestros países, sus acciones tienden a estimular los feminismos liberales e individualistas, rompiendo los movimientos, las redes y las solidaridades. Pero nosotras no nos confundimos. La memoria histórica de las mujeres del pueblo nos enseña: uno, a conocer cómo actúan los enemigos y, en particular las agencias ligadas a la inteligencia de ee. uu.; dos, a saber que los derechos humanos, los derechos de las mujeres, de las disidencias, los derechos de la naturaleza, van a ser defendidos por los pueblos en lucha; y tres, que no vamos a terminar ni a mitigar las violencias estructurales sin revoluciones antipatriarcales, anticapitalistas y anticoloniales, porque son estos sistemas de explotación, opresión y dominación, las fuentes de las mismas.
«Los feminismos populares reivindicamos las revoluciones que nuestros pueblos han venido realizando en Nuestra América. Revoluciones antiesclavistas, independentistas, de liberación nacional, del buen vivir, socialistas. En estos tiempos se abre camino con mucha fuerza la dimensión feminista de estas revoluciones. Sabemos que en todos los procesos revolucionarios hay imperfecciones, pero ellas no justifican alentar las contrarrevoluciones, las desestabilizaciones, los golpes de Estado. Nosotras defendemos lo conquistado y creado por nuestros pueblos, somos parte de esos procesos, cuestionamos los aspectos conservadores que coexisten en nuestras experiencias y luchamos por modificarlos, pero cerramos las puertas a la intervención gringa en cualquiera de sus formas».
–La Revolución ha sido un proceso clave para la emancipación de la mujer cubana. Desde tu acercamiento a esa realidad y trayectoria como luchadora feminista, ¿cómo valoras esta experiencia?
–Como escribí en un texto, me siento hermanada con la Revolución Cubana. Nacimos casi al mismo tiempo. Nos alfabetizamos casi al mismo tiempo. Todo lo que pueda decir o escribir sobre ella está atravesado «por un profundo sentimiento de amor». Supe siempre de su solidaridad sin límites con nuestras luchas. Las mujeres desgarradas por las dictaduras latinoamericanas encontraron siempre en Cuba refugio, cuidado y posibilidad de rehacerse. No desconozco que en Cuba hay machismo, homofobia, transfobia, variadas formas de violencia patriarcal. Sé que no alcanza todo lo que se realiza para modificarlo. Pero tengo plena confianza en el pueblo cubano, en sus organizaciones, en su cultura, en su capacidad de superación. No tengo dudas de que sabrán realizar los cambios necesarios para que el socialismo resulte más feminista, para que la Revolución profundice su carácter antipatriarcal, y para que el feminismo del Abya Yala tenga en la estrella cubana, como siempre lo tuvo, un latido colectivo que enamore a la marea feminista del continente con su corazón socialista e internacionalista.
Tomado de Granma
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