Por Amador Hernández Hernández
Tras su estancia en Nueva York, la ciudad de hierro que le inspiró uno de los cuadernos más célebres de su prolífero currículo literario, llega a Cuba Federico García Lorca hace hoy 91 años, para dictar una serie de conferencias en la Sociedad Hispanocubana de Cultura de La Habana, invitado por Don Fernando Ortiz y José M. Chacón y Calvo.
Hasta el 12 de junio de 1930 permaneció en la ciudad. Residió primero en la casa de los hermanos Loynaz, con quienes compartió largas tertulias literarias para beneplácito de amigos y admiradores, y luego como huésped del hotel La Unión, donde convivió con la urbe habanera la mayor parte de su estancia. Para la evocación ilustre dejó escrito, en el membrete de este hospedaje, el original de Son de negros en Cuba, texto perteneciente a su poemario Poeta en Nueva York: ¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas! / Iré a Santiago. / ¡Oh cintura caliente y gotas de madera! / Iré a Santiago.
Poco tiempo después ya se siente mimado por las figuras más representativas de la alta cultura cubana, y ha encontrado un acomodo cordial entre los poetas Nicolás Guillén, Emilio Ballagas y Eugenio Florit, entre otros. Pletórico de felicidad escribiría: «Pero ¿qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial? (…) La Habana surge entre cañaverales y ruidos de maracas, cometas divinas y marimbos… Y surgen los negros con los ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen «nosotros somos latinos».
Todo un éxito constituyeron entonces las cinco conferencias impartidas en el Teatro Principal de las Comedias. Concluida sus actividades académicas, se dedicó a conocer al dedillo La Habana y otros sitios de la geografía cubana. Y fue tan rotunda su fascinación, que les escribe a sus padres: «¡Esta isla es un paraíso! Si me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba».
En nuestro país recupera Lorca, seguramente por primera vez en su vida, el cuerpo, un cuerpo que en su experiencia manifiesta un afán de libertad, mediatizado por el volteo ideológico que se adueña de su escritura en Nueva York, y por el erotismo que emerge de la naturaleza tórrida y la seducción que le producen esas «gotas de sangre negra que llevan los cubanos». De las mujeres del trópico isleño reconocería: «Esta isla tiene más belleza femenina de tipo original, debido a las gotas de sangre negra que llevan todos los cubanos. Y cuanto más negro, mejor. La mulata es la mujer superior aquí en belleza y en distinción y en delicadeza».
Lorca ha sido uno de los autores más publicados y estudiados en la Isla en el siglo XX, y uno de nuestros grandes teatros lleva su nombre. A sus amigos de España les contaría: «Yo naturalmente me encuentro como en casa. Ya vosotros sabéis lo que a mí me gusta Málaga, y esto es mucho más rico y variado. Por ahora no sé deciros más. A cada momento tengo la impresión de encontrarme a los amigos detrás de la esquina…».
Ya se había ganado un lugar predilecto en el alma del pueblo cubano, mucho más cuando aquel poeta, joven y hermoso, hubo de confesar al periodista Luis Bagaría, para El Sol de Madrid, poco antes de su muerte, que cantaba a España y la sentía hasta la médula, pero antes que esto, era hombre del mundo y hermano de todos.
Tomado de Granma
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