
Por Mario Héctor Alfonso, Lázara Bacallao González
Es primero de mayo, trabajo. Para un médico, no resulta infrecuente. Después de 25 años con la toga blanca… ¿cuántos de estos días “festivos” o conmemorativos no lo habré hecho? Cualquiera de mis colegas de profesión daría fe de ello, haciendo quizás hasta alguna anécdota curiosa sobre su experiencia.
Este año será, como el anterior, diferente. La Covid-19 paralizó el mundo y cambió formas. Las redes sociales se inundan de frases y banderas, mientras los balcones adornados se muestran alegóricos. Las calles, alejadas del bullicio matutino de otras jornadas similares, quien sabe si estén algo más mudas de lo sano, si de primeros de mayo hablamos y en Cuba ponemos, desde la distancia, la mente.
Nadie ha quedado indiferente ante la actual pandemia. Gran parte del personal sanitario de todo el planeta se ha mantenido firme a los principios éticos de la profesión. Nuestro país en particular libra esta batalla dentro y fuera de su territorio. No ha sido fácil, tampoco lo será durante un tiempo. Esta contienda sigilosa de ir ganando y perdiendo batallas nos ha curtido el alma.
Seguimos trabajando, haciendo lo que mejor sabemos hacer y disfrutamos. Nuestro homenaje a los mártires de Chicago es este, así como es esta también nuestra muestra de solidaridad con los obreros del mundo y en específico con los de aquí. Ya hoy llevamos varias vidas salvadas: hermanos mozambiqueños con diversas patologías agravadas por la Covid-19 que arrancamos de la muerte.
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El jueves último, mientras conversábamos sobre diversos temas –médicos, administrativos, de la cotidianidad, etc.– tocábamos el tema del tétano, afección aún frecuente en estos contornos y que alguno de mis nuevos colegas aún no conocían.
No había terminado de contar cuando una médica nos interpelaba sobre un paciente. Al escuchar su explicación sobre el caso, inmediatamente les alerté que podíamos estar en presencia de la enfermedad de marras.
En efecto, los espasmos generalizados y el dolor que estos producen se dejaban ver en la todavía más fuerte contractura de los maseteros. Estremecedores los quejidos. La dificultad para tragar y el tener que aspirar por la cavidad bucal desencadenaban fuertes y dolorosas contracciones.
Pero no solo el tétano acecha como perro rabioso.
La diabetes y la hipertensión son muy frecuentes en este medio. De ahí que la cantidad de casos de cetoacidosis diabética en pacientes que recibimos cada semana sea numerosa, mientras la hipertensión llega en sus formas agudas con afección de órganos diana, corazón y cerebro. La enfermedad cerebro vascular hipertensiva está latente en muchos pacientes internados, causando invalidez y muerte.

También presenciamos malarias que se complican en pacientes de cualquier edad, cuya recuperación se torna difícil por el estado en que llegan al hospital. Cada una de estas entidades afectan de manera significativa la función renal, provocando insuficiencias agudas (IRA) que ensombrecen el diagnostico.
La Covid-19 –¡que no se nos olvide!– está ahí. En el primer cubículo, en cualquier paciente, enfermero, asistente, técnico. La percepción de riesgo para el personal sanitario como el miedo del soldado a las balas, de tanto tiempo en la trinchera, cambió. Hay más peligro y, sin embargo, parece que se nos fue el miedo. Cuidado.
NOSTALGIAS DE MAGISTERIO
Mis residentes en Cuba observan cuidadosamente las fotos que envío. No estoy allí, pero les conozco bien. Miran ahora a otras y otros residentes de neurología, de este lado del mundo, acá por el sur del África, “apropiarse” de su profesora.
Los de aquí también les miran y me preguntan si no estarán ahora un poco “celosos”. Les digo que no y sonrío. Pienso en Leanet reclamando mi partida en su último año, en Yaíma, Maridelys y Liset, que apuestan por terminar la especialidad compartiendo sus tiempos con bebés que esperan en casa y que reclaman atención, incluso durante sus horas de estudio. El joven interno, Álvaro, que apenas compartimos neuroanatomía juntos, Janitce, que es madre también y se inicia en este arte.
Aquí otros nombres comienzan a ocupar mi tiempo de enseñar medicina: Silvina, Deysi, Janina, Jenise, Elena, Dalas. Han prometido enseñarme bien el portugués y las complicaciones neurológicas del VIH, pocas veces vistas en Cuba. Son madres también. Muestran a sus filhios como trofeo de mujeres africanas empoderadas y vencedoras. Vuelven a ver las fotos de mis cubanas y dicen una vez más que son lindas. Las miro y también lo creo.
Me han recibido como madre adoptiva. “Si las lograra unir en un solo grupo, a las de Cuba y a las de Maputo”, pienso. Ya saben que una madre tiene espacio en su corazón para todos. Me reclaman su normal independencia de acción con sus miradas. Aprendo a dejar hacer, dejo fluir…
Pienso entonces que las noveles neurólogas que “abandoné” en Matanzas ya serán profes a mi regreso y que este viaje me habrá condenado a verles crecer desde la distancia y solo haber presenciado el estreno de sus alas para el alto vuelo futuro. Pero seré feliz de haberlas acompañado en ese empeño.
Tomado de Cubahora
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