Por Elson Concepción Pérez
Cada día se suman voces de mandatarios y otros altos funcionarios latinoamericanos que cuestionan la existencia misma de la Organización de Estados Americanos (OEA), y advierten sobre su descrédito.
Durante la toma de posesión del nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, el mandatario de Argentina, Alberto Fernández, subrayó que «la OEA ha dejado de ser un organismo que funcione y sirva a América Latina», por lo que resulta necesario «recrear un nuevo ámbito que exprese mejor» a la región.
Coincidió el planteamiento con lo expresado, hace solo unos días, por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y por otros dignatarios como el venezolano Nicolás Maduro y el nicaragüense Daniel Ortega.
«Todos los días no paramos de asombrarnos por las cosas que pasan en la OEA, durante la gestión de Luis Almagro», sostuvo el presidente argentino en declaraciones al canal C5N.
Tales consideraciones suman criterios al desprestigio creciente del ente multinacional, cuya pretensión injerencista más reciente recibió la negativa de la mayoría de los gobiernos del continente, cuando Almagro los convocó para una reunión del Consejo Permanente, a fin de «analizar la situación en Cuba». El lacayo, empoderado por Washington, tuvo que suspenderla.
A pesar de los sonados fracasos de las últimas maniobras de titiritero que ha ensayado con la OEA, el Gobierno de Estados Unidos no ceja en sus planes macabros de intentar aislar a Cuba.
El miércoles, los miembros del Comité de Exteriores del Senado (impulsados –vaya sorpresa– por Bob Menéndez y Marco Rubio), aprobaron una resolución «de condena», debido a la respuesta popular a las provocaciones violentas en el archipiélago.
Por su parte, el secretario de Estado, Antony Blinken, confió este jueves, en su primer contacto telefónico con el nuevo ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, «en reforzar la coordinación con España respecto a acciones contra Cuba, como parte de la política estadounidense hacia la Isla».
Tomado de Granma
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