Por José Llamos Camejo
Despistar con bolas enmarañadas, robarse las bases, activar jugadas de engaño. Esas pimientas del buen beisbol, llevadas a la política, resultan en bajezas asqueantes. Pero Estados Unidos lo ignora en su obscenidad frente a Venezuela.
El adversario del proceso bolivariano ubicó, convenientemente, sus coachs en Colombia, Europa, Miami, la OEA. Y el banco –su Estado Mayor– emplazado, como es lógico, en Washington. De allí salen o se les da el visto bueno a las variantes del sucio juego.
Si fueran consecuentes los narradores, la gente vería escenas más o menos así: «desconcentrado Guaidó en el montículo; entra Almagro (recogebolas proyanqui) y le dice algo. Se inclina el interino de plastilina, mira nervioso a la Casa Blanca, a Bogotá; busca las señas del receptor (Iván Duque). Ya lanza…
¡Bola baja, muy baja!: «en Venezuela gobierna una dictadura, hay desaparecidos, ejecutados; las guarimbas son actos pacíficos, y fraudulentas las elecciones, excepto las parlamentarias de 2015 (ganadas por la oposición)».
Otras bolas más bajas aún: «en Venezuela hay un narco Estado –¿se habrá disfrazado Colombia?–; las carestías del país son fruto de la mala gestión del Gobierno», no del cerco económico, de los fondos congelados en el extranjero, ni del robo de activos venezolanos, en complot con la oligarquía interna.
En el juego del enemigo, que identifica la cabeza del liderazgo bolivariano como su zona de strike, los bolazos tienen nombres perversos: magnicidio, operación Gedeón, interinato presidencial, sicariato o mercenarismo made in Colombia. Intentos hasta ahora fallidos –culpa de la eficaz defensa venezolana–, pero ni promotores ni ejecutores renuncian a repetirlos. Antonio Ledezma, otrora jugador del clan Guaidó, sin disimulo solicita para el ejecutivo chavista, «órdenes de captura u operaciones especializadas para detener a estos narcotraficantes y terroristas, y a Maduro».
En su afán de apoderarse de Venezuela, Estados Unidos aplica la misma estrategia de cacería de las cobras: emboscar a su víctima e inocularle veneno (en este caso, asedio económico, robo de activos, corte de suministros de alimentos, medicinas e insumos; calumnias mediáticas y violencia inducida), para provocar la parálisis del país.
A los efectos del fétido plan no funcionan la estabilidad ni la paz. Por eso EE. UU. adelantó la extradición de Alex Saab, uno de los representantes del Gobierno venezolano en el diálogo con la oposición.
Ahora piden que se reanude el proceso; exigen de la otra parte jugar con su novena incompleta. Y, como Venezuela no accede al chantaje, a criticarla, a torcer la verdad. Obsesionado en busca de un maquiavélico triunfo, otra vez el tramposo mentor lanzó una bola muy baja: el «rompo y miento».
Tomado de Granma
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