
Por Gustavo Veiga
El 11 de septiembre de 2001 el territorio de Estados Unidos dejó de ser invulnerable. Dos décadas después, el 6 de enero de 2021, el asalto al Capitolio demostró que su democracia tampoco es infalible. Ni virtuosa, ni modélica, ni como la pintan sus think tanks. Donald Trump y el culto ciego a su personalidad avasallante, ayudaron a desnudar lo que era – y es aún hoy – la estructura que ordena sus relaciones internas. Las que a su vez explican su política exterior. Esa piedra angular de un sistema de dominación que muchas naciones padecieron. Por las armas o por la asfixia económica. Ya lo decía John Quincy Adams, su sexto presidente, en 1821: “Estados Unidos no sale al mundo en busca de monstruos que destruir: desea libertad e independencia para todos, pero defiende y reivindica sólo la propia”.
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