En 1895, al mismo tiempo que en Ecuador triunfó la Revolución Liberal Radical que llevó al poder a Eloy Alfaro, estalló en Cuba la guerra de independencia contra el coloniaje español, cuyo proceso inicial remonta a 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes condujo el primer intento liberador.
Fragmento de la Obra Susurro entre poetas de Ernesto Rancaño. Foto: Tomada de Juventud Rebelde
Por Víctor Fowler
No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.
(A su llegada a La Habana, en Ciudad Libertad, el 8 de enero de 1959)
Cuando un episodio es conocido es necesario regresar a él o, quizás, sospechar de la seguridad con la que lo recordamos o asimilamos alguna vez; analizar, desmenuzarlo, proyectar los elementos que lo integran contra algún telón de fondo para que —de nuevo— comience a darnos sus significados. ¿Cómo aproximarnos a lo que ya sabemos y qué nos tiene que ofrecer? Un hombre joven, el líder de un grupo rebelde, quien se encuentra en un remoto punto en la geografía montañosa del este de su país, envía una breve nota a su secretaria y colaboradora de confianza. El grado de cercanía entre ambos es tal que la nota revela un sentimiento privado, recóndito, íntimo que no solo empieza a formarse, sino que —en caso de ser comunicado al resto de la tropa, integrantes del movimiento o simpatizantes— tal vez habría espantado, confundido, decepcionado o movido a risa a varios de ellos.
Durante sesenta años, la Revolución Cubana ha desafiado las expectativas y burlado las reglas. Cuba es un país de contradicciones; un país pobre con indicadores de desarrollo humano líderes en el mundo y que ha movilizado la mayor asistencia humanitaria internacional; una economía débil y dependiente que ha sobrevivido a la crisis económica y al bloqueo extraterritorial de los Estados Unidos; anacrónico pero innovador; formalmente condenado al ostracismo, pero con millones de ardientes defensores en todo el mundo. A pesar de haber cumplido la mayoría de los objetivos de desarrollo sostenible fijados por las Naciones Unidas en 2015, la estrategia de desarrollo de Cuba no se considera como un ejemplo. Estas contradicciones requieren una explicación. «Cuba es un misterio», me dijo Isabel Allende, directora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales, en La Habana, «es verdad, pero hay que tratar de entender ese misterio».
En 1902 nació la república en Cuba, como una neocolonia de los Estados Unidos, que mantuvo su dominio político, económico y militar por muchos años, interrumpido únicamente durante 127 días, cuando se estableció el Gobierno cubano denominado de los cien días, durante la Revolución de 1930. Tras el fracaso revolucionario, la administración yanqui potenció a Fulgencio Batista Zaldívar, quien de sargento taquígrafo emergió con grados de coronel y fue nombrado jefe del Ejército Nacional.
La maltrecha República neocolonial estaba cumpliendo medio siglo. Nació mutilada. Los participantes en la Constituyente de 1901 terminaron por aceptar la imposición de la Enmienda Platt y los tratados económicos que nos condenaban a la dependencia, por preservar la bandera y construir una frágil institucionalidad política. El país entraba en el siglo lacerado por la guerra, la tea incendiaria y la reconcentración. Con todo, los sueños no habían muerto. A pesar de la danza de los tiburones —parásitos de los bienes del país— y del intervencionismo del imperio, la sociedad se reagrupaba con vistas a encontrar vías para sacudir el yugo. Impalpable, el legado martiano se mantenía vigente y actuante como patrimonio indestructible de la nación. A la vuelta de los años 20 del pasado siglo, los obreros, las mujeres, los estudiantes, los intelectuales, atenidos al momento histórico, enriquecieron las bases de un programa transformador. La conciencia antimperialista se articuló y cobró forma, en la teoría y en la práctica, en tanto premisa para la conquista de una auténtica soberanía nacional. Este concepto fue siembra indeleble de la Revolución del 30.
«En 1956, seremos libres o seremos mártires».- Dr. Fidel Castro Ruz.
La amistad entre los pueblos de Cuba y México tiene hondas raíces históricas. En 1853, año del natalicio del Maestro de América José Martí, el independentista cubano Pedro Santacilia y el Benemérito de las Américas, Benito Juárez, desterrados ambos, se encontraron en la ciudad estadounidense de Nueva Orleáns, desde donde cultivaron una íntima relación y sellaron un serio compromiso de lucha basado en la coincidencia de sus ideales libertarios.
Habana, Cuba, de Servando Cabrera Moreno, 1975. Foto: Ilustrativa
Por Marta Rojas
«Con un ojo humano ensangrentado en las manos se presentaron un sargento y varios hombres en el calabozo donde se encontraban Melba Hernández y Haydée Santamaría. Dirigiéndose a la última, y mostrándole el ojo, le dijeron: «Este es de tu hermano, si tú no dices lo que él no quiso decir, le arrancaremos el otro». Ella, que quería a su valiente hermano por encima de todas las cosas, les contestó llena de dignidad: «Si ustedes le arrancaron un ojo y él no lo dijo, mucho menos lo diré yo»».
Un día, entre el segundo domingo de mayo y el tercer domingo de junio de 1953, Abelito regresó al batey del central Constancia para regalarle a sus padres el orgullo de un muchacho serio y responsable ante la vida, empinado a tal punto, que rodeado de amigos partiría luego de la breve estancia en su natal Encrucijada a Santiago de Cuba para montar una granja dedicada a la cría de pollos.
El 26 de julio de 1953 marca un hito en la historia de Cuba, cuando un puñado de jóvenes se lanzó, armas en mano, al rescate de la República en el centenario del natalicio de José Martí.
En aquella jornada, hace hoy 67 años, con Fidel Castro a la cabeza, fue atacada la segunda fortaleza militar que sustentaba la tiranía de Fulgencio Batista, quien un año antes había dado un golpe de Estado para perpetuar la corrupción y otras lacras que laceraban a la República.
Para los estudiosos de la Historia de Cuba sobre el período previo al triunfo revolucionario de 1959, resulta familiar el nombre del BRAC, es decir, del Buró de Represión de Actividades Comunistas; pero ¿qué relación tuvo esto con los Estados Unidos? A partir de documentos desclasificados y publicaciones realizadas por protagonistas, se puede afirmar que se trató de una relación muy directa desde las líneas trazadas por la gran potencia en el contexto de la Guerra Fría.