Por José Pertierra

Tengo memoria histórica. Recuerdo como la campaña de la cinta amarilla en los Estados Unidos conmovió al pueblo.
Todo empezó con una crónica escrita por un brillante periodista neuyorkino, Pete Hamill, en el año 1971. La crónica se llamaba “Going Home” y fue publicada en elNew York Post. Hamill contó del viaje en guagua de New York a la Florida de un tal Vingo, quien iba evidentemente deprimido y preocupado.
En la guagua iban también seis adolescentes de vacaciones. Una de ellas le sacó conversación a Vingo y éste le contó que había estado preso por varios años y que lo acababan de liberar. Que le había dicho a su esposa anteriormente que si la separación era muy dura para ella, que lo olvidara y se buscara otra pareja. Que él tomaría una guagua desde New York a la Florida. Que la guagua pasaba por la casa, donde había en el jardín un roble gigante. Le dijo que si ella quería que él regresara a la casa, entonces que pusiera una cinta amarilla en el árbol. Vingo le dijo: “Si veo la cinta en el roble, me bajo de la guagua. Si no la veo, sigo de largo.”
La muchachita le contó a los demás y todos los pasajeros se pegaron a las ventanas de la guagua para ver si aparecía la cinta amarilla en el roble. Cuando la guagua se acercó a la casa, los pasajeros lloraron al ver cientos de cintas amarillas atadas al roble. “El roble se había convertido en un cartel de bienvenida y era como una bandera que ondeaba y bailaba con el soplo del viento”, escribió Hamill.
Mientras los pasajeros aplaudían, gritaban y lloraban, Vingo se bajó de la guagua y entró a su casa.
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