Por Silvio Rodríguez
Quien indague por qué Casa de las Américas nos abrió sus puertas para que cantáramos en febrero de 1968, debe saber que aquel ademán solidario no salió del vacío, y menos porque abundaran noticias felices sobre los jóvenes trovadores. Por entonces era habitual que nos precediera una aureola de conflictivos, palabrita que solía usarse como sinónimo de “ten cuidado con ese”. Quizá por ello, antes de la primera invitación a cantar, Haydeé Santamaría en persona se reunió con nosotros y se informó de primera mano de nuestras procedencias y correrías, así como de nuestra forma de entender temas universales y del patio.
¿Qué determinó el interés inicial? Alguien dijo que quien primero le habló a Haydeé de aquel grupo de trovadores fue Santiago Álvarez. Lo creo, porque conocí bien a Santiago. ¿Cómo fue la comunicación inicial con ella? Aunque parezca raro, en cierta medida por nuestro repertorio. Digo que puede parecer extraño porque llegamos por un auspicio del Centro de la Canción Protesta y nuestro arsenal no era pródigo en el tipo de canción que solía clasificarse como tal. Es decir, cuando llegamos frente a Haydeé habíamos escrito escasos temas sobre la guerra en Viet-Nam, la discriminación racial y el antimperialismo. Por su parte, el cantor de la reafirmación revolucionaria era ―y es para siempre― Carlos Puebla. Nosotros desde el inicio fuimos otra cosa. Mezclábamos lo cotidiano con lo trascendente y no eludíamos hablar de los contratiempos de la sociedad en revolución. Lo hacíamos así porque así era nuestra vida, y la vida real es quien suele poner las mejores palabras en una canción. Esto no era conflicto para Haydeé, que siempre nos escuchaba respetuosamente, cantáramos lo que cantáramos. Sólo una vez me preguntó qué quería decir yo con aquello de “me iré a soñar al trueno / de un país desconocido”. Fue entonces cuando, obligado a profundizar, le confesé mi secreta aspiración de convertirme en combatiente internacionalista. (más…)