Por Michel E. Torres Corona
A todo el mundo le gusta la democracia hasta que se enreda la pita. Cuando el debate se alarga demasiado, cuando las discusiones se tornan enconadas, cuando no se logra llegar al consenso, en casi cualquier persona empieza a dar gemidos de recién nacido el pequeño tirano que llevamos dentro. Pero la democracia, aunque se vuelva amarga y farragosa, es imprescindible para la vida de una nación; y aunque haya momentos en los que se precisa la acción inmediata e inconsulta, como regla no se puede imponer una decisión que involucra al sujeto popular sin antes agotar todas las vías de expresión y confrontación de ideas.
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