
Por Pastor Batista Valdés
Acostumbrado a picar, de un buen machetazo, o a quemar mediante un chorro de alcohol y un fósforo encendido cada alacrán que asomara el aguijón junto a la pared de madera o entre zapatos, cajones y otros objetos, ningún campesino hubiera imaginado medio siglo atrás que a esta altura del tiempo la ciencia médica cubana les estaría rindiendo verdaderos honores o dispensándoles los más sensibles cuidados a esos escorpiones.
(más…)