Frente a las manifestaciones antirracistas, Trump instrumenta una de sus “geniales” variantes…
Por Néstor Núñez
Acorde con una amputada y torcida visión de la propia realidad norteamericana, el presidente de los estadounidenses acaba de ofrecer a sus coterráneos la fórmula mágica para conjurar muertes tan repudiables como la del ciudadano de piel negra George Floyd a manos de un oficial de la policía.
Como se sabe, el asesinato de Floyd por asfixia, provocada como consecuencia del uso desmedido de la fuerza, ha levantado de hecho una ola global de protestas contra el racismo y la discriminación con generalizado epicentro en la primera potencia capitalista.
Para muchos analistas es evidente que el crimen ha resultado la gota que rebasó la copa en torno a la prolongada historia de brutalidad y explotación contra la población negra que caracteriza el devenir de la Unión. Pero para un “genio” nada es complicado. De manera que a más de tres semanas de marchas populares y represión oficial en casi todas las ciudades norteamericanas, el presidente tomó cartas en el asunto para brindar el remedio total: su decreto presidencial, firmado públicamente a bombo y platillo, con la fantástica pócima de que ahora en lo adelante el uso de “llaves estranguladoras” por la policía estará condicionada a que el agente que las aplique considere que son necesarias para proteger su vida.
Como se comprende, una argumentación y una justificación totalmente fútiles, unilaterales, individualistas, incontroladas y carentes de balance, seriedad y posibilidad de evaluar con objetividad cualquier episodio de esa naturaleza. Y con ello, y con el legajo batido por sus manos ante los ojos de los presentes en la ceremonia, todo concluye y desaparecen de un solo tiro —según el criterio y visión trumpistas— los trescientos años de sojuzgamiento de la población negra y sus brutales secuelas, que llegan intactas hasta este siglo veintiuno.
Si lo hizo en serio, dicen algunos, ha demostrado una vez más sus niveles de incapacidad y la torpeza y cortedad de sus ideas. Si, por el contrario, lo ejecutó como producto de su desdén y burla por la materia gris de los demás, entonces merece el más rotundo de los rapapolvos y el más acendrado desprecio.
Y es que no es admisible semejante reduccionismo con relación al trayecto de una sociedad donde el desprecio por el ajeno y la sectorización bajo los más deleznables conceptos no solo es pasado, sino también día a día en estos tiempos.
La doctrina Made in USA es clara y evidente. En su libro Our Country, de 1891, por ejemplo, el reverendo de ultra derecha Josiah Strong condensó, entre otros similares personajes, la visión mesiánica de los Estados Unidos que le precedió y que le continuó en el imaginario de los grupos dominantes locales.
“La raza anglosajona —redactó entonces— colmada de habilidades y bondades, sobre todo de pureza espiritual por divino favor, dominará, para su bien y eterna felicidad, a todos los seres humanos”.
Y para conseguir ejecutar y consolidar tan trascedente designio, todo ha sido y es permisible, desde masacrar indígenas, esclavizar africanos y robar espacios geográficos a los “mediocres” pueblos hispanos de la vecindad; hasta inaugurar la era atómica achicharrando cientos de miles de civiles japoneses, y jugar la carta de la violencia militar y el chantaje globales para terminar la feliz remodelación del mundo a tono con los rígidos esquemas de los seres más civilizados y perfectos jamás conocidos.
Entonces, a qué extrañarse de que uno de los cimeros ejemplares entre los “elegidos” se tome el histórico conflicto social norteamericano como una malcriadez que se calma repartiendo caramelos entre los alborotados.
Tomado de Cubahora
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