Por Miguel Cruz Suárez
«No seas guanajo, Arturo», vociferaba Marisol del Monte desde la cocina donde preparaba el desayuno. Era una de mis vecinas y su estridente voz nos llegaba cada amanecer con más potencia que el cántico de los gallos.
Regañaba a su marido por su escandalosa inocencia que lo llevaba a cometer despistes antológicos; como aquel, que dicho en buen cubano, le puso la tapa al pomo, cuando le compró a Belarmino «La Estafa» unas semillas de maíz, creyendo la absurda promesa de que cada mazorca tendría mitad granos normales, mitad de los usados para hacer palomitas. De más está decir que perdió su dinero y obtuvo maíz común, quedando conforme con la explicación del pillo vendedor que lo convenció, asegurándole que era una consecuencia del cambio climático.
Pedro, alias el Cercenado, que había perdido parte de su mano derecha en una sierra caladora, debido a los efectos etílicos que le borraron el madero que pretendía cortar, también resultaba bastante ingenuo creyendo que la bebida que le vendían de manera clandestina era auténtico ron extraído de la fábrica, cuando en verdad estaba consumiendo una sustancia adulterada, más cerca del queroseno que del Habana Club anunciado.
Josefina, más conocida por «Aurika Triste», pasó el resto de su vida maldiciendo el día en que creyó en la palabra de un presunto curandero, que le prometió lavar todos sus pecados (algo que habría demandado algunas toneladas de detergente) y para cumplir su empeño le solicitó una gallina blanca, el corazón de una iguana y el motor de una lavadora rusa. La mujer cumplió y el hombre se perdió, solo algunos testigos lo vieron subir a un camión con un ventilador artesanal a cuestas.
Puede que estas sean inocencias auténticas, como otras muchas cuyo daño no trasciende casi nunca a dos o tres personas, sin embargo, existen las más costosas e incluso aquellas que son verdaderas actuaciones, falsas actitudes que esconden intenciones perversas o simples complicidades con enemigos astutos.
La maldad necesita plantar ingenuidades y estas simientes vienen casi siempre disfrazadas. Cuando se trata de fines políticos detectarlas es en ocasiones complicado, pero imprescindible, porque en medio de la cruda guerra de ideas y símbolos que hoy se desarrolla a nivel global, y contra Cuba de manera especial, omitirlas lleva irremediablemente a consecuencias funestas.
En los últimos tiempos han aparecido algunas tendencias a considerar inofensivo el ropaje lanudo del conocido lobo, ese que nos quiere imponer su bandera y cambiarnos la historia, ante lo cual es bueno recordar el refrán: «De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno», o aquella frase que reza: «Cuando tu enemigo hable bien de ti, preocúpate», y si los que siempre han querido comerse el conejo se aparecen regalándole zanahorias, supuestamente a cambio de nada, es casi seguro que el animalito, si no está atento, termine en un apetitoso plato de fricasé de conejo ingenuo.
Tomado de Granma
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